CAPITULO 3
______ hizo lo que cualquier
mujer que se encuentra a un hombre desnudo en su salita de estar hubiese hecho:
gritar.
Y después, salir corriendo
hacia la puerta.
Sólo que se olvidó de los cojines
que habían amontonado en el suelo y que aún estaban allí. Se tropezó con unos
cuantos y cayó de bruces.
¡No! Gritó mentalmente
mientras aterrizaba de forma poco elegante y dolorosa. Tenía que hacer algo
para protegerse.
Temblando de pánico, se abrió
paso entre los cojines mientras buscaba un arma. Al sentir algo duro bajo la
mano lo cogió, pero resultó ser una de sus zapatillas rosas con forma de
conejo.
¡Joder! Por el rabillo del ojo
vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la cogió; entonces se giró para
enfrentar al intruso.
Más rápido de lo que ella
hubiese podido esperar, el hombre cerró sus cálidos dedos alrededor de su
muñeca y la inmovilizó con mucho cuidado.
— ¿Te has hecho daño? —le
preguntó.
¡Santo Dios!, su voz era
profundamente masculina y tenía un melodioso y marcado acento que sólo podía
describirse como musical. Erótico. Y francamente estimulante.
Con todos los sentidos
embotados, ______ miró hacia arriba y…
Bueno…
Para ser honestos, sólo vio
una cosa. Y lo que vio hizo que las mejillas le ardieran más que un
Cajungumbo(no tengo idea de lo que signifiqueXD) Después de todo, cómo no iba a
verlo si estaba al alcance de su mano. Y además, con semejante tamaño.
(hahahahahxD))
Al momento, el tipo se
arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo de los ojos y pasó las
manos por su cabeza en busca de una posible herida.
______ se recreó con la visión
de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar otra cosa que no fuese aquella
increíble piel, sintió la urgencia de gemir ante la intensa sensación que los
dedos de aquel tipo le estaban provocando en el pelo. Le ardía todo el cuerpo.
— ¿Te has golpeado la cabeza?
—le preguntó él.
De nuevo, ese magnífico y
extraño acento que reverberaba a través de su cuerpo, como una caricia cálida y
relajante.
______ miró con mucha atención
aquella extensión de piel dorada por el sol, que parecía pedirle a gritos a su
mano que la tocara.
¡El tipo prácticamente
resplandecía!
Fascinada, deseó verle el
rostro y comprobar por sí misma que era tan increíble como el resto de su
cuerpo.
Cuando alzó la mirada más allá
de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta. Y la
botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos.
¡Era él!
¡No!, no podía ser.
Esto no podía estar
sucediéndole a ella, y él no podía estar desnudo en su sala de estar con las
manos enterradas en su pelo. Este tipo de cosas no pasaban en la vida real.
Especialmente a las personas equilibradas como ella.
Pero aun así…
— ¿Tom? —preguntó sin aliento.
Tenía la poderosa y definida
constitución de un gimnasta. Sus músculos eran duros, prominentes y magníficos,
y muy bien definidos; tenía músculos hasta en lugares donde ni siquiera sabía
que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos; en el
pecho, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas.
Cualquier músculo que se le
antojara, se abultaba con una fuerza ruda y totalmente masculina.
Hasta aquello había comenzado
a abultarse.
El pelo le caía a la buena de
Dios en una melena ondulada, y le enmarcaba un rostro sin rastro de barba, que
parecía haber sido esculpido en granito. Increíblemente guapo y cautivador, sus
rasgos no resultaban femeninos ni delicados. Pero definitivamente, robaban el
aliento.
Los sensuales labios se
curvaban en una leve sonrisa que dejaba a la vista un par de hoyuelos con forma
de media luna, en cada una de sus bronceadas mejillas.
Y sus ojos.
¡Dios mío!
cafeces claros de un perfecto
día de verano, rodeados de un borde cafe oscuro que resaltaba sus iris.
Resultaban abrasadores de tan intensos, y reflejaban inteligencia. ______ tenía
la sensación de que aquellos ojos podían realmente resultar letales.
O al menos, devastadores.
Y ella se sentía realmente
devastada en esos momentos. Cautivada por un hombre demasiado perfecto para ser
real.
Vacilante, extendió la mano
para colocarla sobre su brazo. Se sorprendió mucho cuando no se evaporó,
demostrando que no era una alucinación etílica.
No, ese brazo era real. Real,
duro, y cálido. Bajo aquella piel que su mano tocaba, un poderoso músculo se flexionó,
y el movimiento hizo que su corazón comenzara a martillearle con fuerza.
Atónita, no podía hacer otra
cosa que mirarlo.
Tom alzó una ceja, intrigado.
Nunca antes una mujer había salido huyendo de él. Ni lo había dejado de lado
después de haberlo invocado.
Todas las demás habían
esperado ansiosas a que él tomara forma y se habían lanzado directamente a sus
brazos, exigiéndole que las complaciera.
Pero ésta no…
Era distinta.
En sus labios cosquilleaba una
sonrisa mientras deslizaba los ojos por el cuerpo de aquella mujer. Una
abundante melena castaña le caía hasta la mitad de la espalda, y sus ojos
tenían el color verde, con motitas de color plata y verde que brillaban con
calidez e inteligencia.
La pálida y suave piel estaba
cubierta de pequeñas pecas. Era tan adorable como su suave e insinuante voz.
No es que eso importase
demasiado.
Sin tener en cuenta cuál fuese
su apariencia, él estaba allí para servirla sexualmente. Para perderse al
saborear aquel cuerpo, y tenía toda la intención de hacer precisamente eso.
— Vamos —le dijo sujetándola
por los hombros—. Déjame ayudarte.
— Estás desnudo —murmuró
______ mirándole de arriba abajo, totalmente perpleja, mientras se ponían en
pie—. Estás muy desnudo.
Él le colocó unos cuantos
mechones oscuros tras las orejas.
— Lo sé.
— ¡Estás desnudo!
— Sí, creo que ya lo hemos
dejado claro.
— Estás tan contento, y
desnudo.
Confundido, Tom frunció el
ceño.
— ¿Qué?
Ella miró su erección.
— Estás contento —le dijo con
una intencionada mirada—. Y estás desnudo.
Así le llamaban entonces en
este siglo. Debería recordarlo.
— ¿Y eso te hace sentir
incómoda? —le preguntó, asombrado por el hecho de que a una mujer le preocupara
su desnudez, cosa que jamás había sucedido anteriormente.
— ¡Bingo!
— Bueno, conozco un remedio
—dijo Tom, bajando el timbre de su voz mientras miraba la camisa de ______ y
los endurecidos pezones que se marcaban a través de la tela. No podía esperar
más para ver esos pezones.
Para saborearlos.
Se acercó para tocarla.
______ se alejó un paso con el
corazón desbocado. Esto no era real. No podía serlo. Estaba borracha y tenía
alucinaciones. O quizás se había golpeado la cabeza con la mesita del sofá y
estaba desangrándose, muriéndose poco a poco.
¡Sí, eso era! Eso tenía
sentido.
CAPITULO 3 (PARTE 1)
Por lo menos, tenía más
sentido que aquel palpitante estremecimiento que hacía que su cuerpo ardiera.
Un estremecimiento que le pedía que se lanzara al cuello de aquel tipo.
Y de justos era decir que
tenía un bonito cuello.
Cuando tengas una fantasía,
muchacha, es que definitivamente estás agotada. Seguramente habrás estado
trabajando más de la cuenta, y estás empezando a llevarte a casa los sueños de
tus pacientes.
Tom se acercó a ella y le
encerró el rostro entre sus fuertes manos. ______ no podía moverse. Se limitó a
dejar que le alzara la cabeza hasta que pudo mirar de frente aquellos
penetrantes ojos, que con toda seguridad podrían leerle el alma. La
hipnotizaban como los de un mortífero depredador sosegando a su presa.
______ se estremeció bajo su
abrazo.
Y entonces, unos ardientes y
exigentes labios cubrieron los suyos. ______ gimió en respuesta. Había
escuchado hablar toda su vida de besos que hacían flaquear las rodillas de las
mujeres, pero ésta era la primera vez que le sucedía a ella.
¡Oh! Aquel hombre olía
estupendamente, daba gusto tocarle y, además, sabía muchísimo mejor.
Por propia iniciativa, sus
brazos envolvieron aquellos amplios y fuertes hombros. El calor del pecho del
hombre se introdujo en su cuerpo, incitándola con la erótica y sensual promesa
de lo que vendría a continuación. Y mientras tanto, él se dedicaba a
embelesarla con sus labios con tanta maestría como un vikingo con la intención
de arrasarlo todo a su paso.
Cada centímetro de su
magnífico cuerpo estaba íntimamente pegado al suyo, acariciándola con la
intención de despertar todos sus instintos femeninos. ¡Oh Dios! Su presencia la
estimulaba como ningún otro hombre lo había hecho jamás. Deslizó la mano por
los esculturales músculos de su espalda y suspiró cuando sintió que se movían bajo
su mano.
______ decidió en aquel
preciso instante que si era un sueño, definitivamente no quería que sonara el
despertador.
Ni el teléfono
Ni…
Las manos de Tom acariciaron
su espalda antes de agarrarla por las nalgas y acercar más sus caderas,
mientras su lengua seguía danzando en su boca. El aroma a sándalo inundaba sus
sentidos.
Con el cuerpo derretido,
exploró los duros y firmes músculos de su espalda desnuda, mientras los largos
mechones de él le rozaban las manos en una erótica caricia.
Tom sintió que su cabeza daba
vueltas con el cálido roce de ______, con la sensación de sus brazos
envolviéndolo mientras sus propias manos recorrían su suave y pecosa piel, un
deleite para el hambriento.
Cómo le gustaban los sonidos
inarticulados con los que ella provocativamente le respondía. Mmm, estaba
deseando oírla gritar de placer. Ver cómo su cabeza caía hacia atrás mientras
su cuerpo se convulsionaba espasmo tras espasmo envolviendo su miembro.
Hacía muchísimo tiempo que no
sentía las caricias de una mujer. Mucho tiempo desde que no gozaba del más
mínimo contacto humano.
Sentía un deseo candente que
le recorría todo el cuerpo; si ésta fuese su primera vez, devoraría a ______
como a un trozo de chocolate. La tumbaría y gozaría de ella como un hambriento
invitado a un banquete.
Pero tenía que esperar a que
se acostumbrara un poco a él.
Muchos siglos atrás, había
aprendido que las mujeres siempre se desvanecían tras su primera unión.
Definitivamente, no quería que ésta se desmayara.
Al menos todavía.
No obstante, no podía esperar
un minuto más para poseerla.
La tomó en brazos y se
encaminó hacia la escalera.
En un principio, ______ no
reaccionó, perdida como estaba en la sensación de aquellos fuertes brazos que
la rodeaban con pasión; su mente estaba totalmente centrada en el hecho de que
un hombre la hubiera levantado del suelo y no hubiese gruñido por el esfuerzo.
Pero al pasar junto a la enorme piña que decoraba el pasamanos de la escalera,
salió de su ensimismamiento con un sobresalto.
— ¡Eh, tío! —le soltó agarrándose
a la piña de caoba tallada como si se tratara de un salvavidas—. ¿Dónde crees
que me llevas?
Él se detuvo y la miró con
curiosidad. En ese momento, ______ fue consciente de que un hombre tan alto y
poderoso como aquél, podría hacer lo que le apeteciese con ella y sería inútil
intentar detenerlo.
Un estremecimiento de terror
la sacudió.
Sin embargo, por muy peligrosa
que la situación fuese, una parte de ella no estaba asustada. Algo en su
interior le decía que ese hombre jamás le haría daño intencionadamente.
— Te llevo a tu dormitorio,
donde podemos acabar lo que hemos empezado —dijo llanamente, como si estuviesen
hablando del tiempo.
— Me parece que no.
Él encogió aquellos hombros,
maravillosamente amplios.
— ¿Prefieres las escaleras
entonces?, ¿o quizás el sofá? —se detuvo y echó un vistazo alrededor de su
casa, como si estuviese considerando las opciones—. No es mala idea, en
realidad. Hace mucho que no poseo a una mujer en un…
— ¡No, no, no! El único sitio
donde vas a poseerme es en tus sueños. Y ahora déjame en el suelo antes de que
me enfade de verdad.
Para su asombro, él obedeció.
Comenzó a sentirse un poco
mejor una vez que sus pies tocaron tierra firme y subió dos escalones.
Ahora estaban frente a frente,
y casi a la misma altura; bueno, si es que alguien podía estar alguna vez a la
altura de un hombre con semejante autoridad e innato poder.
De pronto, el impacto de su
presencia la golpeó con intensidad.
¡Era real!
¡Cielos!, Selena y ella habían
conseguido convocarlo y traerlo a este mundo.
Con el rostro impasible y sin
la más ligera muestra de que la situación lo divirtiera, la miró directamente a
los ojos.
— No entiendo por qué estoy
aquí. Si no quieres sentirme dentro de ti, ¿por qué me has convocado?
Estuvo a punto de gemir al
escuchar sus palabras. Y más aún cuando la visión de su cuerpo dorado, esbelto
y poderoso introduciéndose en ella le pasó por la mente.
¿Qué se sentiría cuando un
hombre tan increíblemente delicioso te hacía el amor durante toda la noche?
Estaba claro que Tom sería delicioso
en la cama. No cabía duda. Con la destreza y agilidad que caracterizaban sus
movimientos, no hacía falta decir lo fenomenalmente bien que…
______ se puso tensa ante el
rumbo de sus pensamientos. ¿Qué pasaba con este hombre?
Jamás en su vida había sentido
un deseo sexual como el que sentía en esos momentos. ¡Nunca! Literalmente
hablando, lo tumbaría en el suelo y se lo comería entero.
No tenía sentido.
Se había acostumbrado, con el
paso de los años, a que le describieran innumerables encuentros sexuales de la
forma más gráfica; algunos de sus pacientes incluso intentaban conmocionarla o
excitarla.
Ni una sola vez habían
conseguido su propósito.
Pero cuando se trataba de Tom,
lo único que tenía en mente era cogerlo, echarlo en el suelo y subírsele encima.
Ese pensamiento, tan impropio
de ella, le devolvió la sensatez.
Abrió la boca para responder
su pregunta, y no dijo nada. ¿Qué iba a hacer con este hombre?
Aparte de aquello.
Movió la cabeza con
incredulidad.
— ¿Qué se supone que voy a
hacer contigo?
Los ojos de él se oscurecieron
por la lujuria e intentó tocarla de nuevo.
¡Oh, sí!, le pedía su cuerpo,
por favor, tócame por todos sitios.
— ¡Para! —espetó, dirigiéndose
tanto a Tom como a sí misma; se negaba a perder el control. La cordura
gobernaría la situación, no las hormonas. Ya había cometido ese error una vez,
y no estaba dispuesta a repetirlo.
Subió de un salto un escalón
más y lo miró directamente a los ojos. ¡Jesús, María y José!, era fantástico.
El cabello pelinegro le caía en ondas. Excepto tres finas trenzas acabadas en
pequeñas cuentas de cristal, que oscilaban con cada uno de sus movimientos.
Las cejas, de color castaño
oscuro, se arqueaban sobre unos ojos fascinantes a la par que terroríficos. Y
esos ojos la estaban mirando con más pasión de la que debieran.
En ese momento desearía poder
matar a Selena, sin ninguna duda.
Pero no tanto como le gustaría
meterse en la cama con este hombre y clavar los dientes en esa piel dorada.
¡Déjalo ya!
— No entiendo lo que sucede
—dijo al fin. Tenía que pensar; descubrir lo que debía hacer—. Necesito
sentarme un minuto y tú… —deslizó los ojos sobre el magnífico cuerpo—. Tú
necesitas taparte.
Tom puso una expresión
crispada. Era la primera vez en toda su existencia que alguien le decía eso. De
hecho, todas las mujeres a las que había conocido antes de la maldición, no
habían hecho otra cosa que intentar arrancarle la ropa. Lo más rápido posible.
Y después de la maldición, sus invocadoras habían dedicado días enteros a
contemplar su desnudez mientras pasaban las manos por su cuerpo, saboreando su
presencia.
— Quédate aquí un momento —le
dijo ______ antes de subir a toda prisa las escaleras.
Tom observó el vaivén de sus
caderas mientras subía los peldaños y su miembro se endureció al instante. Echó
un vistazo a su alrededor con los dientes apretados, en un intento por ignorar
el ardor que sentía en la entrepierna. La clave estaba en la distracción; al menos
hasta que ella claudicara. Lo cual no tardaría en ocurrir. Ninguna mujer podía
negarse por mucho tiempo el placer de tenerlo.
Con una amarga sonrisa ante
aquella idea, contempló la casa.
¿En qué lugar y en qué época
se encontraba?
No sabía cuánto tiempo había
estado atrapado. Lo único que recordaba era el sonido de las voces a lo largo
del tiempo, el sutil cambio de los acentos y de los dialectos según pasaban los
años.
Mirando la luz que se
encontraba sobre su cabeza, frunció el ceño. No había ninguna llama. ¿Qué era
esa cosa? Los ojos se le llenaron de lágrimas, irritados, y desvió la vista.
Eso debía ser una bombilla,
decidió.
«Oye, necesito cambiar la
bombilla. Hazme el favor de darle al interruptor que está junto a la puerta,
¿vale?»
Mientras recordaba las
palabras del dueño de la librería, miró hacia la puerta y vio lo que
supuestamente debía ser el interruptor. Tom se alejó de las escaleras y apretó
el pequeño dispositivo. De inmediato, las luces se apagaron. Volvió a
encenderlas.
Sonrió sin proponérselo. ¿Qué
otras maravillas le aguardaban en esta época?
— Aquí tienes.
Tom miró a ______ que estaba
en la parte superior de la escalera. Le arrojó un largo rectángulo de tela
verde oscuro. La sostuvo sobre el pecho mientras la incredulidad lo dejaba
perplejo.
¿Había dicho en serio lo de
cubrirle?
Qué extraño. Frunciendo más el
ceño, se envolvió las caderas con la tela.
______ esperó hasta que se
alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a Dios, por fin estaba
tapado. No era de extrañar que los victorianos insistieran tanto en el asunto
de las hojas de parra. Era una pena no tener unas cuantas en el patio. Lo único
que crecía allí eran unos cuantos acebos, y dudaba mucho que él apreciara sus
hojas.
______ se encaminó hacia la
sala y se sentó en el sofá.
— Ayúdame, Lanie —suspiró—. Me
las pagarás por esto.
Y entonces, él se sentó a su
lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su presencia.
Mientras se movía hasta la
otra punta del sofá, ______ le miró cautelosamente.
— Así que… ¿para cuánto tiempo
has venido?
¡Oh, qué buena pregunta,
______! ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le pides un autógrafo ya que
te pones? ¡Jesús!
— Hasta la próxima luna llena
—sus gélidos ojos dieron muestras de un pequeño deshielo. Y, mientras deslizaba
su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en décimas de
segundo. Se inclinó sobre ella para tocarle la cara. ______ se incorporó de un
salto y puso la mesita del café como barrera de separación.
— ¿Me estás diciendo que tengo
que aguantarte durante todo un mes?
— Sí.
Conmocionada, ______ se pasó
la mano por los ojos. No podía entretenerlo durante un mes. ¡Un mes entero, con
todos sus días! Tenía obligaciones, responsabilidades. Hasta tenía que buscar
un pasatiempo.
CAPITULO 3 (PARTE 2)
— Mira —le dijo—. Lo creas o
no, tengo una vida en la que no estás incluido.
Sabía, por la expresión de su
rostro, que a él no le importaban sus palabras. En absoluto.
— Si crees que estoy encantado
de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocada. Te aseguro que no
elegí venir.
Sus palabras consiguieron
herirla.
— Bueno, cierta parte de ti no
siente lo mismo —le dijo mientras dedicaba una furiosa mirada a aquella parte
de su cuerpo que aún estaba tiesa como una vara.
Él suspiró al echar un vistazo
a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía bajo la toalla.
— Desafortunadamente, tengo
tanto control sobre esto como sobre el hecho de estar aquí.
— Bueno, la puerta está ahí
—dijo señalándola—. Ten cuidado de que no te golpee el trasero al cerrarse.
— Créeme; si pudiese irme, lo
haría.
______ titubeó ante sus
palabras, ante su significado.
— ¿Quieres decir que no puedo
ordenarte que te marches?, ¿ni que regreses al libro?
— Creo que la expresión que
usaste fue: bingo.
______ guardó silencio.
Tom se puso de pie lentamente
y la miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado, ésta la primera vez
que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadoras habían sabido lo que
él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en sus
brazos, utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer.
Jamás en su vida, mortal o
inmortal, había encontrado a una mujer que no le deseara físicamente.
Era…
Extraño.
Humillante.
Casi embarazoso.
¿Sería un indicio de que la
maldición se debilitaba?, ¿de que quizás pudiera liberarse?
No. En el fondo sabía que no
era cierto, aun cuando su mente se esforzaba en aferrarse a la idea. Cuando los
dioses griegos decretan un castigo, lo hacen con un estilo y con un
ensañamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar.
Hubo una época, mucho tiempo
atrás, en la que había luchado contra la condena. Una época en la que había
creído que podría liberarse. Pero después de dos mil años de encierro y tortura
despiadada, había aprendido algo: resignación.
Se merecía este infierno
personal y, como el soldado que una vez había sido, aceptaba el castigo.
Sentía un nudo en la garganta
y tragó para intentar deshacerlo. Extendió los brazos a los lados y ofreció su
cuerpo a ______.
— Haz conmigo lo que desees.
Sólo tienes que decirme cómo puedo complacerte.
— Entonces deseo que te
marches.
Tom dejó caer los brazos.
— En eso no puedo complacerte.
Frustrada, ______ comenzó a
caminar nerviosa de un lado a otro. Finalmente, sus hormonas habían regresado a
la normalidad y, con la cabeza más despejada, se esforzó por encontrar una
solución. Pero por mucho que la buscaba, no parecía haber ninguna.
Un dolor punzante se instaló
en sus sienes.
¿Qué iba a hacer un mes —un
mes entero— con él?
De nuevo, una visión de Tom
tumbado sobre ella, con el pelo cayéndole a ambos lados del rostro, formando un
dosel alrededor de sus cuerpos mientras se introducía totalmente en ella, la
asaltó.
— Necesito algo… —a Tom le
falló la voz.
______ se dio la vuelta para
mirarle, con el cuerpo aún suplicándole que cediera a sus deseos.
Sería tan fácil rendirse ante
él… Pero no podía cometer ese error. Se negaba a usar a Tom de ese modo. Como
si…
No, no iba a pensar en eso. Se
negaba a pensar en eso.
— ¿Qué? —preguntó ella.
— Comida —contestó Tom—. Si no
vas a utilizarme de forma apropiada, ¿te importaría si como algo?
La expresión avergonzada y
teñida de desagrado que adoptó su rostro le indicó a ______ que no le gustaba
tener que pedir.
Entonces cayó en la cuenta de
algo; si para ella esto resultaba extraño y difícil, ¿cómo demonios se sentiría
él después de haber sido arrancado de donde quiera que estuviese, para ser
arrojado a su vida como si fuese un guijarro lanzado con un tirachinas? Debía
ser terrible.
— Por supuesto —le dijo
mientras se ponía en movimiento para que él la siguiera—. La cocina está aquí
—lo guió por el corto pasillo que llevaba a la parte trasera de la casa.
Abrió el frigorífico y se
apartó para que él echara un vistazo.
— ¿Qué te apetece?
En lugar de meter la cabeza
para buscar algo, se quedó a medio metro de distancia.
— ¿Ha quedado algo de pizza?
— ¿Pizza? —repitió ______ asombrada.
¿Cómo sabría él lo que era una pizza?
Tom se encogió de hombros.
— Me dio la impresión de que
te gustaba mucho.
A ______ le ardieron las
mejillas mientras recordaba el tonto jueguecito al que se dedicaron mientras
comían. Selena había hecho otro comentario acerca de reemplazar el sexo con la
comida, y ella había fingido un orgasmo al saborear el último trozo de pizza.
— ¿Nos escuchaste?
Con una expresión hermética,
él contestó en voz baja.
— El esclavo sexual escucha
todo lo que se dice en las proximidades del libro.
Si las mejillas le ardieran un
poco más, acabarían explotando.
— No quedó nada —dijo
rápidamente, desando meter la cabeza en el congelador para enfriársela—. Tengo
un poco de pollo que me sobró de ayer, y también pasta.
— ¿Y vino?
Ella asintió con la cabeza.
— Está bien.
El tono despótico que utilizó
Tom hizo estallar su furia. Era uno de esos tonillos usados por un típico
Tarzán que en el fondo quería decir: Yo soy el macho, nena. Tráeme la comida. Y
había conseguido que le hirviera la sangre.
— Mira, tío, no soy tu
cocinera. Como te pases conmigo te daré de comer Alpo .
Él arqueó una ceja.
— ¿Alpo?
— Olvídalo —aún irritada, sacó
el pollo y lo preparó para meterlo en el microondas.
Tom se sentó a la mesa con ese
aura de arrogancia tan masculina que acababa con todas sus buenas intenciones.
Deseando tener una lata de Alpo, ______ sirvió un poco de pasta en un cuenco.
— De todos modos, ¿cuánto
tiempo has estado encerrado en ese libro? ¿Desde la Edad Media? —al menos su
forma de actuar correspondía a la de la época.
Él permaneció sentado, tan
quieto como una estatua. Nada de mostrar sus emociones. Si no lo hubiese
conocido mejor, habría pensado que se trataba de un androide.
— La última vez que fui
convocado fue en el año 1895.
— ¿En serio? —______ se quedó
con la boca abierta mientras metía el cuenco en el microondas— ¿En 1895? ¿Estás
hablando en serio?
Él asintió con la cabeza.
— ¿En qué año te metieron en
el libro?, la primera vez quiero decir.
La ira se adueñó de su rostro
con tal intensidad que ______ se asustó.
— Según tu calendario, en el
año 149 a.C.
______ abrió los ojos de par
en par.
— ¿En el año 149 antes de
Cristo? ¡Jesús, María y José! Cuando te llamé Tom de Macedonia era cierto. Eres
de Macedonia.
Él asintió con un gesto brusco.
Los pensamientos de ______
giraban como un torbellino mientras cerraba el microondas y lo ponía en marcha.
Era imposible. ¡Tenía que ser imposible!
— ¿Cómo te metieron en el
libro? A ver, según tengo entendido, los antiguos griegos no tenían libros,
¿verdad?
— Originalmente fui encerrado
en un rollo de pergamino que más tarde fue encuadernado como medida de
protección —dijo con un tono sombrío y el rostro impasible—. Y con respecto a
qué fue lo que hice para que me castigaran: invadí Alexandria.
______ frunció el ceño.
Aquello no tenía ni pizca de sentido; como el resto de todo lo que estaba
sucediendo.
— ¿Y por qué ibas a merecerte
un castigo por invadir una ciudad?
— Alexandria no era una
ciudad, era una sacerdotisa virgen del dios Príapo.
______ se tensó ante el
comentario, y ante la magnitud del castigo que implicaba «invadir» a una mujer.
Encerrar al autor de la invasión para toda la eternidad era un poco excesivo.
— ¿Violaste a una mujer?
— No la violé —contestó
mirándola con dureza—. Fue de mutuo consentimiento, te lo aseguro.
Vale, ése era un tema sensible
para él. Se percibía claramente en su gélida conducta. No le gustaba hablar del
pasado. Tendría que ser un poquito más sutil en su interrogatorio.
Tom escuchó el extraño timbre,
y observó cómo ______ apretaba un resorte que abría la puerta de la caja negra
donde había introducido su comida.
CAPITULO 3 (PARTE 3) (fin del
maratom)
Ella sacó el humeante cuenco
de comida y lo colocó ante él, junto con un tenedor plateado, un cuchillo, una
servilleta de papel y una copa de vino. El cálido aroma se le subió a la cabeza
e hizo que el estómago rugiera de necesidad.
Se suponía que debía estar
perplejo por el modo tan rápido en que ella había cocinado, pero después de
haber oído hablar de artefactos con nombres extraños como tren, cámara,
automóvil, fonógrafo, cohete y ordenador, Tom dudaba que cualquier cosa pudiese
tomarlo por sorpresa.
En realidad, no quedaba ningún
sentimiento en él, aparte del deseo; hacía mucho que había desterrado todas sus
emociones.
Su existencia no era más que
una sucesión de fragmentos temporales a lo largo de los siglos. Su única razón
de ser era la de obedecer los deseos sexuales de sus invocadoras.
Y, si algo había aprendido en
los dos últimos milenios, era a disfrutar de los escasos placeres que podía
obtener en cada invocación.
Con ese pensamiento, cogió una
pequeña porción de comida y saboreó la deliciosa sensación de los tibios y
cremosos tallarines sobre su lengua. Era una pura delicia.
Dejó que el aroma de las
especias y del pollo invadiera su cabeza. Había pasado una eternidad desde la
última vez que probó la comida. Una eternidad sufriendo un hambre atroz. Cerró
los ojos y tragó. Acostumbrado como estaba a la privación en lugar de a los
alimentos, su estómago se cerró ante el primer bocado. Tom apretó con fuerza el
cuchillo y el tenedor mientras luchaba por alejar el terrible dolor.
Pero no dejó de comer. No lo
haría mientras hubiese comida en el cuenco. Había esperado demasiado tiempo
para poder aplacar su hambre y no estaba dispuesto a detenerse ahora.
Después de unos cuantos
bocados más, los retortijones disminuyeron y le permitieron disfrutar
plenamente de la comida.
Una vez su estómago se calmó,
tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para comer como un humano y no
zamparse la comida a puñados, tal era el hambre que le devoraba las entrañas.
En momentos como éste, le
resultaba muy difícil recordar que aún era humano, y no una bestia desbocada y
feroz que había sido liberada de su jaula.
Hacía siglos que había perdido
la mayor parte de su condición humana. Y estaba decidido a conservar lo poco
que le quedaba.
______ se apoyó en la encimera
y lo observó mientras comía. Lo hacía lentamente, de forma casi mecánica. No
dejaba entrever si le gustaba la comida, pero aún así, continuaba comiendo.
Lo que realmente le sorprendió
fueron los exquisitos modales europeos que demostraba. Ella nunca había sido
capaz de comer de ese modo, y fue entonces cuando comenzó a preguntarse dónde
habría aprendido a utilizar el cuchillo para mantener la pasta en el tenedor, y
evitar que se cayera.
— ¿Había tenedores en al
antigua Macedonia? —le preguntó.
Tom dejó de comer.
— ¿Disculpa?
— Me preguntaba cuándo se
inventó el tenedor. ¿Ya lo utilizaban en…?
¡Estas desvariando! Le gritó
su mente.
¿Y quién no lo haría en esta
situación? Mira al tipo. ¿Cuántas veces crees que alguien ha actuado como un
imbécil y ha acabado devolviendo la vida a una estatua griega? ¡Especialmente
una estatua con ese cuerpo!
No muy a menudo.
— Creo que se inventó a mediados
del sigo XV.
— ¿En serio? —preguntó ella—.
¿Tú estabas allí?
Con una expresión ilegible,
alzó los ojos y a su vez le preguntó:
— ¿A qué te refieres, al
momento en que inventaron el tenedor o al siglo XV?
— Al siglo XV, por supuesto.
—Y pensándolo mejor, añadió:— No estabas allí cuando se inventó el tenedor,
¿verdad?
— No. —Tom se aclaró la
garganta y se limpió la boca con la servilleta—. Fui convocado en cuatro
ocasiones durante ese siglo. Dos veces en Italia, una en Francia y otra en
Inglaterra.
— ¿De verdad? —Intentó
imaginarse cómo debía ser el mundo en aquella época—. Apuesto a que has visto
todo tipo de cosas a lo largo de los siglos.
— No tantas.
— ¡Oh, venga ya! En dos mil
años…
— He visto mayormente
dormitorios, camas y armarios.
Su tono seco hizo que ______
se detuviera y él continuó comiendo. Una imagen de Paul se le clavó el corazón.
Ella sólo había conocido a un imbécil egoísta y despreocupado. Pero parecía que
Tom tenía más experiencia en ese terreno.
— Cuéntame entonces, ¿qué
haces mientras estás en el libro, te tumbas y esperas que alguien te convoque?
Él asintió.
— ¿Y qué haces para pasar el
tiempo?
Tom se encogió de hombros y
______ cayó en la cuenta de que, en realidad, no demostraba poseer un gran
número de expresiones.
Ni de palabras.
Se acercó a la mesa y se sentó
en un taburete frente a él.
— A ver, de acuerdo con lo que
me has dicho tenemos que estar juntos durante un mes, ¿qué tal si nos dedicamos
a charlar para hacerlo más agradable?
Tom levantó la mirada,
sorprendido. No podía recordar la última vez que alguien quiso conversar con
él, excepto para darle ánimos o hacerle sugerencias que lo ayudaran a
incrementar el placer que les proporcionaba. O para pedirle que volviera a la
cama.
Había aprendido a una edad muy
temprana que las mujeres sólo querían una cosa de él: esa parte de su cuerpo
enterrada profundamente entre sus muslos.
Con esa idea en la mente,
paseó lentamente la mirada por el cuerpo de ______, deteniéndose en sus pechos,
que se endurecieron bajo su prolongado escrutinio.
Indignada, ______ cruzó los
brazos sobre el pecho y esperó a que él la mirara a los ojos. Tom casi soltó
una carcajada. Casi.
— A ver —dijo él utilizando
sus mismas palabras—. Hay cosas que hacer con la lengua mucho más placenteras
que charlar: como pasártela por los pechos desnudos y por la garganta —bajó la
mirada hacia el lugar donde, aproximadamente, quedaría su regazo a través de la
mesa—. Sin mencionar otras partes que podría visitar.
Por un instante, ______ se
quedó sin habla. Y después le encontró la gracia al asunto. Y un momento más
tarde empezó a ponerse muy cachonda.
Como terapeuta, había oído
cosas mucho más sorprendentes que ésa, se recordó.
Sí, claro, pero no lo había
dicho una persona con la que ella quería hacer otras cosas aparte de hablar.
— Tienes razón, hay otras
muchas cosas que se pueden hacer con una lengua; como, por ejemplo, cortarla
—le dijo, y se regodeó en la sorpresa que reflejaron sus ojos—. Pero soy una
mujer a la que le gusta mucho hablar, y tú estás aquí para complacerme,
¿verdad?
Su cuerpo se tensó de forma
muy sutil, como si se resistiera a aceptar su papel.
— Es cierto.
— Entonces, cuéntame lo que
haces mientras estás en el libro.
______ sintió como sus ojos la
atravesaban con una intensidad tan abrasadora que la dejó intrigada,
desconcertada y un poco asustada.
— Es como estar encerrado en
un sarcófago —contestó él en voz baja—. Oigo voces, pero no puedo ver la luz ni
ninguna otra cosa. No puedo moverme. Simplemente me limito a esperar y a
escuchar.
______ se horrorizó ante la
simple idea. Recordaba el día, mucho tiempo atrás, en que se había quedado
encerrada accidentalmente en el armario de las herramientas de su padre. La
oscuridad era total y no había modo de salir. Aterrorizada, había sentido que
se le oprimían los pulmones y que la cabeza empezaba a darle vueltas por el
miedo. Chilló y pataleó contra la puerta hasta que tuvo las manos llenas de
moratones.
Finalmente, su madre la
escuchó y la ayudó a salir.
Desde entonces, ______ sentía
una ligera claustrofobia debido a la experiencia. No podía imaginarse lo que
sería pasar siglos enteros en un lugar así.
— Es horrible —balbució.
— Al final te llegas a
acostumbrar. Con el tiempo.
— ¿De verdad? —no estaba muy
segura, pero dudaba que fuese cierto.
Cuando su madre la sacó del
armario, descubrió que sólo había estado encerrada media hora; pero a ella le
había parecido una eternidad. ¿Qué se sentiría al pasar realmente una eternidad
encerrado?
— ¿Has intentado escapar
alguna vez?
La mirada que le dedicó lo
decía todo.
— ¿Qué sucedió? —preguntó
______.
— Obviamente, no tuve suerte.
Se sentía muy mal por él. Dos
mil años encerrado en una cripta tenebrosa. Era un milagro que no se hubiera
vuelto loco. Que fuera capaz de sentarse con ella y hablar.
No era de extrañar que le hubiese
pedido comida. Privar a una persona de todos los placeres sensoriales era una
tortura cruel y despiadada.
Y entonces supo que iba a
ayudarlo. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero tenía que haber algún modo de
liberarlo.
— ¿Y si encontráramos el modo de
sacarte de ahí?
— Te aseguro que no hay
ninguno.
— Eres un tanto pesimista,
¿no?
La miró divertido.
— Estar atrapado durante dos
mil años tiene ese efecto sobre las personas.
______ lo observó mientras
acababa la comida, con la mente en ebullición. Su parte más optimista se negaba
a escuchar su fatalismo, exactamente igual que la terapeuta que había en ella
se negaba a dejarlo marchar sin ayudarlo. Había jurado aliviar el sufrimiento
de las personas, y ella se tomaba sus juramentos muy en serio.
Quien la sigue, la consigue.
Y aunque tuviese que atravesar
océanos o cruzar el mismo infierno, ¡encontraría el modo de liberarlo!
Mientras tanto, decidió hacer
algo que dudaba mucho que alguien hubiese hecho por él antes: iba a encargarse
de que disfrutara de su libertad en Nueva Orleáns. Las otras mujeres lo habían
mantenido encerrado en los confines de sus dormitorios o de sus vestidores,
pero ella no estaba dispuesta a encadenar a nadie.
— Bien, entonces digamos que
esta vez vas a ser tú el que disfrute, tío.
Él alzó la mirada del cuenco
con repentino interés.
— Voy a ser tu sirvienta —
continuó ______—. Haremos cualquier cosa que se te antoje. Y veremos todo lo
que se te ocurra.
Mientras tomaba un sorbo de
vino, curvó los labios en un gesto irónico.
— Quítate la camisa.
— ¿Cómo? —preguntó ______.
Tom dejó a un lado la copa de
vino y la atravesó con una lujuriosa y candente mirada.
— Has dicho que puedo ver lo
que quiera y hacer lo que se me antoje. Bien, pues quiero ver tus pechos
desnudos y después quiero pasar la lengua por…
— ¡Oye grandullón!, ¡relájate!
—le dijo ______ con las mejillas ardiendo y el cuerpo abrasado por el deseo—.
Creo que vamos a dejar claras unas cuantas reglas que tendrás que cumplir estés
aquí. Número uno: nada de eso.
— ¿Y por qué no?
Sí, le exigió su cuerpo entre
la súplica y el enfado. ¿Por qué no?
— Porque no soy ninguna gata
callejera con el rabo alzado para que cualquier gato venga, me monte y se
largue.
Pobre mi Tom tantos años encerradoo.. Estoy segura que (tn) logrará romper ese hechixo y ya se como.. Pero podría hacerlo moentras disfruta de Tom no? 1313
ResponderEliminarSiguelaaa me enacntaa ;)