CAPITULO 4 (INICIO DE MARATOM)
Tom alzó una ceja ante la
cruda e inesperada analogía. Pero más que las palabras, lo que le sorprendió
fue el tono amargo de su voz. Debieron utilizarla en el pasado. No era de
extrañar que se asustase de él.
Una imagen de Penélope le pasó
por la mente y sintió una punzada de dolor en el pecho, tan feroz que tuvo que
recurrir a su firme entrenamiento militar para no tambalearse.
Tenía muchos pecados que
expiar. Algunos habían sido tan grandes que dos mil años de cautiverio no eran
más que el principio de su condena.
No es que fuese un bastardo de
nacimiento; es que, tras una vida brutal, plagada de desesperación y
traiciones, había acabado convirtiéndose en uno.
Cerró los ojos y se obligó a
alejar esos pensamientos. Eso era, nunca mejor dicho, historia antigua y esto
era el presente. ______ era el presente.
Y estaba en él por ella. Ahora
entendía lo que Selena quería decir cuando le habló sobre ______. Por eso le
convocaron. Para mostrarle a ______ que el sexo podía ser divertido.
Nunca antes se había
encontrado en una situación semejante.
Mientras la observaba, sus
labios dibujaron una lenta sonrisa. Ésta sería la primera vez que tendría que
perseguir a una mujer para que lo aceptara. Anteriormente, ninguna había
rechazado su cuerpo.
Con la inteligencia de ______
y su testarudez, sabía que llevársela a la cama sería un reto comparable al de
tender una emboscada al ejército romano.
Sí, iba a saborear cada
momento.
Igual que acabaría
saboreándola a ella. Cada dulce y pecoso centímetro de su cuerpo.
______ tragó saliva ante la primera
sonrisa genuina de Tom. La sonrisa suavizaba su expresión y lo hacía aún más
devastador.
¿Qué demonios estaría pensando
para sonreír así?
Por enésima vez, sintió que se
le subían los colores al pensar en su crudo discursito. No lo había hecho a
propósito; en realidad no le gustaba desnudar sus sentimientos ante nadie,
especialmente ante un desconocido.
Pero había algo fascinante en
este hombre. Algo que ella era percibía de forma perturbadora. Quizás fuese el
disimulado dolor que reflejaban de vez en cuando esos celestiales ojos cafeces,
cuando lo pillaba con la guardia baja. O tal vez fuesen sus años como
psicóloga, que le impedían tener un alma atormentada en su casa y no prestarle
ayuda.
No lo sabía.
El reloj de pared del
recibidor de la escalera, dio la una.
— ¡Dios mío! —dijo asombrada
por la hora—. Tengo que levantarme a las seis de la mañana.
— ¿Te vas a la cama?, ¿a
dormir?
Si el humor de Tom no hubiese
sido tan huraño, el espanto que mostró su rostro habría hecho reír a ______ de
buena gana.
— Tengo que irme.
Él frunció el ceño… ¿Dolorido?
— ¿Te ocurre algo? —preguntó
ella.
Tom negó con la cabeza.
— Bueno, entonces voy a
enseñarte el sitio donde vas a dormir y…
— No tengo sueño.
A ______ le sobresaltaron sus
palabras.
— ¿Qué?
Tom la miró, incapaz de
encontrar las palabras exactas para describirle lo que sentía. Llevaba atrapado
tanto tiempo en el libro, que lo único que quería hacer era correr o saltar.
Hacer algo para celebrar su repentina libertad de movimientos.
No quería irse a la cama. La
idea de permanecer tumbado en la oscuridad un solo minuto más…
Se esforzó por volver a
respirar.
— He estado descansando desde
1895 —le explicó—. No estoy muy seguro de los años que han transcurrido, pero
por lo que veo, han debido ser unos cuantos.
— Estamos en el año 2002 —le
informó ______—. Has estado «durmiendo» durante ciento siete años. —No, se
corrigió ella misma. No había estado durmiendo.
Él le había dicho que podía
escuchar cualquier conversación que tuviera lugar cerca del libro; lo que
significaba que había permanecido despierto durante su encierro. Aislado. Solo.
Ella era la primera persona
con la que había hablado, o estado cerca, después de cien años.
CAPITULO 4 (PARTE 1)
Se le hizo un nudo en el
estómago al pensar en lo que debía haber soportado. Aunque la prisión de su
timidez nunca había sido tangible para ella, sabía lo que era escuchar a la
gente y no ser parte de ellos. Permanecer como una simple espectadora.
— Me gustaría poder quedarme
despierta —dijo, reprimiendo un bostezo—. De verdad; pero si no duermo lo
suficiente, mi cerebro se convierte en gelatina y se queda sin batería.
— Te entiendo. Al menos
entiendo lo esencial, aunque no sé que son la gelatina ni la batería.
______ todavía percibía su
desilusión.
— Puedes ver la televisión.
— ¿Televisión?
Cogió el cuenco vacío y lo limpió
antes de regresar con Tom a la sala de estar. Encendió el televisor y lo enseñó
a cambiar los canales con el mando a distancia.
— Increíble —susurró él
mientras hacía zapping por primera vez.
— Sí, es algo muy útil.
Eso lo mantendría ocupado.
Después de todo, los hombres sólo necesitaban tres cosas para ser felices:
comida, sexo y un mando a distancia. Dos de tres deberían mantenerlo satisfecho
un rato.
— Bueno —dijo mientras se
dirigía a las escaleras—. Buenas noches.
Al pasar a su lado, Tom le
tocó el brazo. Y, aunque su roce fue muy ligero, ______ sintió una descarga
eléctrica.
Con el rostro inexpresivo, sus
ojos dejaban ver todas las emociones que lo invadían. ______ percibió su
sufrimiento y su necesidad; pero sobre todo, captó su soledad.
No quería quedarse solo.
Humedeciéndose los labios —se
le habían secado de forma repentina—, dijo algo increíble.
— Tengo otro televisor en mi
habitación. ¿Por qué no ves allí lo que quieras, mientras yo duermo?
Tom le dedicó una sonrisa
tímida.
Fue tras ella mientras subían
las escaleras, totalmente sorprendido por el hecho de que ______ lo hubiera
comprendido sin palabras. Había tenido en cuenta su necesidad de compañía, sin
preocuparse de sus propios temores.
Eso le hizo sentir algo
extraño hacia ella. Una rara sensación en el estómago.
¿Ternura?
No estaba seguro.
______ lo llevó hasta una
enorme habitación presidida por una cama con dosel, situada en la pared opuesta
a la puerta de entrada. Enfrente de la cama había una cómoda y, sobre ella, una
¿cómo lo había llamado ______?, ¿televisión?
Observó cómo Tom paseaba por
su dormitorio, mirando las fotografías que había en las paredes y sobre los
muebles; fotografías de sus padres y de sus abuelos, de Selena y ella en la
facultad, y una del perro que tuvo cuando era pequeña.
— ¿Vives sola? —le preguntó.
— Sí —dijo, acercándose a la
mecedora que estaba junto a la cama. Su camisón estaba sobre el respaldo. Lo
cogió y después miró a Tom y a la toalla verde que aún llevaba alrededor de sus
esbeltas caderas. No podía dejar que se metiera en la cama con ella de aquella
toalla.
Seguro que puedes.
No, no puedo.
¿Por favor?
¡Shh! Parte irracional de mí,
cállate y déjame pensar.
Aún guardaba los pijamas de su
padre en el dormitorio que había pertenecido a sus progenitores; allí estaban
todas sus pertenencias y para ______, era un lugar sagrado. Teniendo en cuenta
la anchura de los hombros de Tom, estaba segura de que las camisas no le
servirían, pero los pantalones tenían cinturas ajustables y, aunque le quedasen
cortos, al menos no se le caerían.
— Espera aquí —le dijo—. No tardaré
nada.
Después de verla marcharse
como una exhalación, Tom se acercó a los ventanales y apartó las cortinas de
encaje blanco. Observó las extrañas cajas metálicas —que debían ser
automóviles— mientras pasaban por delante de la casa con aquel zumbido tan
extraño que no cesaba un instante, semejante al ruido del mar. Las luces
iluminaban las calles y todos los edificios; se parecían a las antorchas que
había en su tierra natal.
Qué insólito era este mundo.
Extrañamente parecido al suyo y, aun así, tan diferente.
Intentó asociar los objetos
que veía con las palabras que había escuchado a lo largo de las décadas;
palabras que no comprendía. Como televisión y bombilla.
Y por primera vez desde que
era niño, sintió miedo. No le gustaban los cambios que percibía, la rapidez con
la que las cosas habían evolucionado en el mundo.
¿Cómo sería todo la siguiente
vez que lo convocaran?
¿Podrían las cosas cambiar
mucho?
O lo que era más aterrador, ¿y
si jamás volvían a invocarlo?
Tragó saliva ante aquella
idea. ¿Y si acababa atrapado durante toda la eternidad? Solo y despierto.
Alerta. Sintiendo la opresiva oscuridad en torno a él, dejándolo sin aire en
los pulmones mientras su cuerpo se desgarraba de dolor.
¿Y si no volvía a caminar de
nuevo como un hombre? ¿O a hablar con otro ser humano, o a tocar a otra
persona?
Esta gente tenía cosas
llamadas ordenadores. Había escuchado al dueño de la librería hablar sobre
ellos con los clientes. Y unos cuantos le habían dicho que, probablemente, los
ordenadores sustituirían un día a los libros.
¿Qué sería de él entonces?
CAPITULO 4 (PARTE 2) (FIN DEL
MARATOM)
Vestida con su camisola de
dormir rosa, ______ se detuvo en la habitación de sus padres, junto a la puerta
de espejo del vestidor, donde guardó los anillos de boda el día posterior al
funeral. Podía ver el débil resplandor del diamante marquise de medio quilate.
El dolor hizo que se le
formara un nudo en la garganta; luchó contra las lágrimas que pugnaban por
brotar de sus ojos.
Con veinticuatro años recién
cumplidos en aquella época, había sido lo suficientemente arrogante como para
pensar que era una persona madura y capaz de hacer frente a cualquier cosa que
la vida le pusiera por delante. Se había creído invencible. Y en un segundo, su
vida se derrumbó.
La muerte le arrebató todo
aquello que una vez tuvo: la seguridad, la fe, su creencia en la justicia y,
sobre todo, el amor sincero de sus padres y su apoyo emocional.
A pesar de toda su vanidad
juvenil, no había estado preparada para que le arrebataran por completo a toda
su familia.
Y, aunque habían pasado cinco
años, aún los echaba de menos. El dolor era muy profundo. El viejo dicho aquél,
según el cual era mejor haber conocido el amor antes de perderlo, era un enorme
fraude. No había nada peor que perder a las personas que te quieren y te cuidan
en un accidente sin sentido.
Incapaz de enfrentar su
ausencia, ______ había sellado la habitación tras el funeral, y lo había dejado
todo tal y como estaba.
Abrió el cajón donde su padre
guardaba los pijamas y tragó saliva. Nadie había tocado estas cosas desde la
tarde que su madre las dobló y las guardó.
Todavía recordaba la risa de
su madre. Las bromas sobre el conservador estilo de su padre, que siempre elegía
pijamas de franela.
Peor aún, recordaba el amor
que se profesaban.
Lo que daría ella por
encontrar la pareja perfecta, como les había sucedido a ellos. Habían estado
casados veinticinco años antes de morir, y su amor había permanecido intacto
desde el día que se conocieron.
No podía recordar un solo
momento en que su madre no sonriera ante una broma de su padre. Siempre iban
cogidos de la mano como dos adolescentes, y se robaban besos cuando creían que
nadie los veía.
Pero ella los veía.
Y ahora lo recordaba.
Quería ese tipo de amor. Pero
por alguna razón, no había encontrado a un hombre que la dejase sin aliento. Un
hombre que consiguiera que se le desbocara el corazón y que sus sentidos se
tambalearan.
Un hombre sin el cual la vida
no tuviese sentido.
— ¡Oh, mamá! —balbuceó,
deseando que sus padres no hubiesen muerto aquella noche.
Deseando…
No sabía qué. Lo único que
quería era conseguir algo que le hiciese pensar en el futuro. Algo que le
hiciese feliz; de la misma forma que su padre había hecho feliz a su madre.
Mordiéndose el labio, ______
cogió el pantalón de cuadros azul marino y blanco, y salió corriendo de la
habitación.
— Aquí tienes —dijo
arrojándole la prenda a Tom y saliendo a toda prisa hacia el cuarto de baño, en
mitad del pasillo. No quería que él fuese testigo de sus lágrimas. No volvería
a mostrarse vulnerable delante de un hombre.
Tom cambió la toalla por los
pantalones y se fue tras ______. Había cerrado de un portazo la puerta más
cercana a la habitación donde él se encontraba.
— ______ —la llamó mientras
abría la puerta con suavidad.
Se quedó paralizado al verla
llorar. Estaba en mitad de un cuarto de aseo extraño, con dos lavamanos
incrustados en la pared y una encimera blanca en la cual se apoyaba. Se había
tapado la boca con una toalla, en un intento de sofocar sus desgarradores
sollozos.
A pesar de su severa educación
y de los dos mil años de autocontrol, Tom se vio arrastrado por una oleada de
compasión. ______ lloraba como si alguien le hubiese roto el corazón.
Y eso lo hacía sentirse
incómodo. Inseguro.
Apretando los dientes, alejó
aquellos insólitos sentimientos. Si algo había aprendido durante su infancia
era a no ahondar en los problemas de los demás, porque nunca traía nada bueno.
No había que cuidar de nadie más que de uno mismo. Cada vez que había cometido
el error de interesarse por alguien, lo había pagado con creces.
Además, en esta ocasión no
había tiempo. Nada de tiempo.
Ay me da penita Tom :/ estar asi sin nadieee pobre.
ResponderEliminarSiguelaa me encanta la fic ;)