miércoles, 26 de marzo de 2014

Capitulos del Maratom

CAPITULO # 35

Tom no dijo nada mientras su hermano se alejaba. Miraba fijamente la caja mientras las palabras de Cupido resonaban en su cabeza. Si algo había aprendido a lo largo de los siglos, era a dejar que las Parcas se salieran con la suya.
Era una estupidez pensar que tenía la oportunidad de ser libre. Era su penitencia y debía aceptarla. Era un esclavo, y un esclavo seguiría siendo.
— ¿Tom? —le llamó ______—. ¿Qué te pasa?
— No podemos hacerlo. Llévame a casa, ______. Llévame a casa y déjame que te haga el amor. Vamos a olvidarlo antes de que alguien, seguramente tú, salga herido.
— Pero ésta es tu oportunidad de ser libre. Podría ser la única que tengas. ¿Has sido convocado antes por alguna mujer que llevara el nombre de Alejandro?
— No.
— Entonces, debemos hacerlo.
— No lo entiendes —le dijo entre dientes—. Si lo que Eros dice es cierto, para cuando llegue esa noche, no seré yo mismo.
— ¿Y quién serás?
— Un monstruo.
______ le miró con escepticismo.
— No creo que pudieras serlo.
Él la observó, furioso.
— Tú no tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer. Cuando la locura de los dioses se abate sobre alguien, no hay manera de encontrar ayuda, ni esperanza de hallarla —el estómago se le contrajo con un nudo—. No deberías haberme convocado, ______ —concluyó, alargando el brazo para coger su vaso.
— ¿Te has parado a pensar que quizás todo esto estaba predestinado? —preguntó ella súbitamente—. Quizás fui yo la que te invocó porque estaba dispuesto que yo te liberara. 
Tom contempló a Selena a través de la mesa.
— Me convocaste porque Selena te engañó. Lo único que quería era que tuvieras unas cuantas noches placenteras para que pudieras olvidarlo todo y buscases a un hombre decente, sin temor a que pudiera hacerte daño. 
— Pero es posible que…
— No hay peros que valgan, ______. No estaba predestinado. 
Ella bajó la mirada hasta su muñeca. Acercó la mano y acarició la inscripción en griego que ascendía por la cara interna del brazo.
— ¡Qué bonito! —exclamó—. ¿Es un tatuaje?
— No.
— ¿Y qué es? —insistió.
— Príapo lo grabó a fuego —respondió él, ignorando la pregunta.
Selena se incorporó un poco y le echó un vistazo.
— Dice: «Maldito seas por toda la eternidad y más allá».
______ dejó la mano sobre la inscripción y miró a Tom a los ojos.
— No puedo imaginar todo lo que has debido sufrir durante tanto tiempo. Y más me cuesta entender que fuese tu propio hermano quien te hiciese algo así.
— Como dijo Cupido, sabía que no debía tocar a una de las vírgenes de Príapo.
— ¿Y por qué lo hiciste entonces? 
— Porque fui un estúpido.
______ rechinó los dientes; tenía unas ganas horribles de estrangularlo. ¿Por qué nunca contestaba a lo que se le preguntaba?
— ¿Y qué te hizo…?
— No me apetece hablar del tema —le espetó.
Ella le soltó el brazo.
— ¿Alguna vez has dejado que alguien se te acerque, Tom? Apuesto a que siempre has sido uno de esos tipos que no abren su corazón porque no confían en nadie. Uno de ésos que preferirían que les cortasen la lengua antes de que alguien descubriera que no son seres insensibles, sino todo lo contrario. ¿Te comportaste así con Penélope?
Tom apartó la mirada mientras los recuerdos le embargaban. Recuerdos de una infancia plagada de hambre y privaciones. Recuerdos de noches agónicas deseando…
— Sí —respondió sencillamente—. Siempre estuve solo.
______ sufría por él. Pero no podía permitir que se conformara. De algún modo tenía que encontrar la forma de llegar hasta su corazón. De animarle a que luchara por romper la maldición. Debía haber algún modo de hacerle luchar. Y en ese momento juró encontrarlo.

CAPITULO # 36

Tom y ______ ayudaron a Selena a desmontar el puestecillo ambulante y a guardarlo todo en el jeep, antes de regresar a casa sorteando el tráfico típico de un viernes por la noche. 
— Has estado muy callado —le dijo ella mientras se detenía en un semáforo en rojo.
Observó cómo la mirada de Tom seguía el movimiento de los automóviles que pasaban junto a ellos. Parecía perdido, como alguien que se debatiera en el límite entre la fantasía y la realidad. 
— No sé qué decir —respondió tras una breve pausa.
— Dime cómo te sientes.
— ¿Sobre qué?
______ se rió.
— Definitivamente, eres un hombre —le dijo—. ¿Sabes? Las sesiones con los hombres son las más difíciles. Llegan y pagan ciento veinticinco dólares para no decir prácticamente nada. Jamás lograré entenderlo.
Tom bajó la vista hasta su regazo, y ella observó el modo en que acariciaba distraídamente su anillo con el pulgar.
— Dijiste que eras una sexóloga, ¿qué es eso exactamente?
El semáforo se puso en verde y se internaron de nuevo en el tráfico.
— Tú y yo estamos en el mismo negocio, más o menos. Ayudo a las personas que tienen problemas con sus parejas. Mujeres que tienen miedo de tener relaciones íntimas con los hombres, o mujeres a las que les gustan los hombres un poco más de la cuenta.
— ¿Ninfómanas?
______ asintió.
— He conocido a unas cuantas.
— Apuesto a que sí.
— ¿Y los hombres? —preguntó él.
— No son fáciles de ayudar. Como ya te he dicho, no suelen hablar mucho. Tengo un par de pacientes que sufren de miedo escénico…
— ¿Y eso qué es?
— Algo que estoy completamente segura que tú no padecerías jamás —le contestó, pensando en la continua y arrogante persecución a la que él le sometía. Se aclaró la garganta y se lo explicó—. Son hombres que tienen miedo de que sus compañeras se rían de ellos cuando están en la cama.
— ¡Ah!
— También tengo un par que abusan verbalmente de sus parejas, y otros dos que quieren cambiarse de sexo…
— ¿Se puede hacer eso? —preguntó Tom, totalmente pasmado.
— ¡Claro! —respondió ______ con un gesto de la mano—. Te sorprendería saber de lo que son capaces los médicos hoy en día.
Tomó una curva y se adentraron en su vecindario. Tom permaneció callado tanto rato que estaba a punto de enseñarle lo que era la radio cuando, de repente, él preguntó:
— ¿Por qué quieres ayudarlos?
— No lo sé —le respondió con franqueza—. Supongo que se remonta a mi infancia, una época de muchas inseguridades para mí. Mis padres me querían mucho, pero no sabía relacionarme con otros niños. Mi padre era profesor de historia y mi madre ama de casa…
— ¿Qué es un ama de casa?
— Una mujer que se queda en casa y hace las cosas típicas de las madres. En el fondo, nunca me trataron como a una niña, por eso, cuando estaba cerca de otros niños, no sabía cómo comportarme. Ni qué decir. Me asustaba tanto que me ponía a temblar. Finalmente, mi padre comenzó a llevarme a un psicólogo y, después de un tiempo, mejoré bastante.
— Excepto con los hombres.
— Ésa es una historia totalmente diferente —le dijo, suspirando—. De adolescente era una chica desgarbada, y los chicos del instituto no se acercaban a mí, a menos que quisieran burlarse.
— ¿Burlarse de ti?, ¿por qué?
______ se encogió de hombros con un gesto indiferente. Por lo menos, esos viejos recuerdos habían dejado de molestarla. Finalmente los había superado.
— Porque estaba plana, tenía orejas de soplillo y un montón de pecas.
— ¿Que estabas plana?
— No tenía pecho.
______ hubiese jurado que podía sentir el calor que desprendía la mirada de Tom mientras inspeccionaba sus pechos.  Mirándolo de reojo, confirmó sus sospechas. De hecho, la estaba observando como si se hubiese quitado la camisa y estuviera en mitad de…
— Tus pechos son muy bonitos.
— Gracias —le respondió con torpeza, aunque curiosamente se sentía halagada por un cumplido tan poco convencional—. ¿Y tú?
— Yo no tengo pechos.( jajajajja hay no esto me mato ) 
Lo dijo con un tono tan inexpresivo y serio que ______ no pudo evitar estallar en carcajadas.
— No era eso a lo que me refería, y lo sabes muy bien. ¿Cómo fue tu adolescencia?
— Ya te lo he dicho.
Ella le miró furiosa.
— En serio.
— En serio, luchaba, comía, bebía, me acostaba con mujeres y me bañaba. Normalmente, en ese orden.
— Todavía tenemos problemas con esto de la falta de confianza, ¿no? —preguntó ella de forma retórica. 
Asumiendo su papel de psicóloga, cambió a un tema que a él le resultara más fácil.
— ¿Por qué no me cuentas qué sentiste la primera vez que participaste en una batalla?
— No sentí nada.
— ¿No estabas asustado?
— ¿De qué?
— De morir, o de que te hirieran.
— No.
La sinceridad de su sencilla respuesta consiguió desconcertarla. 
— ¿Y cómo es que no tenías miedo?
— No tienes miedo a morir cuando no tienes nada por lo que seguir viviendo. 
Impresionada por sus palabras, ______ tomó el camino de entrada a su casa.

CAPITULO # 37

Decidiendo que sería mejor dejar un tema tan serio por el momento, bajó del coche y abrió el maletero.  Tom cogió las bolsas y la siguió hasta la casa.
Se dirigieron a la planta alta. ______ sacó sus cómodos vaqueros del vestidor e hizo sitio en los cajones para poder guardar la ropa nueva de Tom.
— Veamos —dijo, arrugando las bolsas vacías para arrojarlas a la papelera de mimbre, colocada junto al armario—. Es viernes por la noche. ¿Qué te gustaría hacer? ¿Te apetece una noche tranquila o prefieres dar una vuelta por la ciudad?
Su hambrienta mirada la recorrió de la cabeza a los pies, haciendo que ardiera al instante.
— Ya conoces mi respuesta.
— Vale. Un voto a favor de arrojarse al cuello de la doctora, y otro en contra. ¿Alguna otra alternativa?
— ¿Qué tal una noche tranquila en casa, entonces?
— De acuerdo —respondió ______, mientras se acercaba a la mesita de noche para coger el teléfono—. Déjame que compruebe los mensajes y después prepararemos la cena.
Tom siguió colocando su ropa, mientras ella llamaba al servicio de contestador y hablaba con ellos.
Acababa de doblar la última prenda cuando percibió una nota de alarma en la voz de ______.
— ¿Dijo qué quería?
Tom se giró para poder observarla. Tenía los ojos ligeramente dilatados, y sujetaba el teléfono con demasiada fuerza.
— ¿Por qué le dio mi número de teléfono? —preguntó enfadada—. Mis pacientes jamás deben saber mi número privado. ¿Puedo hablar con su superior?
Tom se acercó a ella.
— ¿Algo va mal?
______ alzó la mano, indicándole que permaneciera en silencio para poder escuchar lo que la otra persona le estaba diciendo.
— Muy bien —dijo tras una larga espera—. Tendré que cambiar el número de nuevo. Gracias —colgó el teléfono, frunciendo el ceño por la preocupación.
— ¿Qué ha pasado? —le preguntó él.
______ resopló irritada mientras se frotaba el cuello.
— La compañía acaba de contratar a esta chica y, como es nueva, le dio mi número privado a uno de mis pacientes. 
Hablaba tan rápido que a Tom le costaba trabajo seguirla.
— Bueno, en realidad, no es mi paciente —prosiguió sin detenerse—. Jamás habría aceptado a un hombre así, pero Luanne, la doctora Jenkins, no es tan selectiva. La semana pasada tuvo que marcharse de la ciudad a toda prisa, por una emergencia familiar. Así es que Beth y yo tuvimos que repartirnos sus pacientes para atenderlos mientras ella está fuera. Aún así, no quise quedarme con este hombre tan horripilante, pero Beth no pasa consulta los viernes, y él tiene que acudir los miércoles y los viernes debido al régimen de libertad condicional. 
______ lo miró con el pánico reflejado en sus pálidos ojos grises.
— Pero yo no quise atenderlo, y el supervisor de su caso me juró que no habría ningún problema. Dijo que el tipo no representaba una amenaza para nadie.
Tom sentía que le palpitaba la cabeza por la cantidad de información que ______ estaba soltando, y que él era incapaz de comprender en su mayor parte. 
— ¿Eso es un problema?
— Es un poquito espeluznante —dijo con las manos temblorosas—. Es un acosador. Acaban de darle el alta de un hospital psiquiátrico. 
— ¿Un acosador? ¿Un hospital psiquiátrico? ¿Qué es eso? 
Al escuchar la explicación, Tom no pudo evitar quedarse con la boca abierta.
— ¿Permitís que estas personas se muevan a su antojo?
— Bueno, sí. La idea es ayudarlos.
Tom estaba horrorizado. ¿Qué clase de mundo era ése en el que los hombres se negaban a proteger a sus mujeres y niños de la depravación?
— En mi época, no permitíamos que personas así se acercaran a nuestras familias. Nos asegurábamos de que no andaran sueltos por nuestras calles.
— ¡Bienvenido al siglo veintiuno! —exclamó ______ con amargura—. Aquí hacemos las cosas de un modo… distinto.
Tom movió la cabeza, ensimismado, mientras pensaba en todas las cosas de ésta época que le resultaban extrañas. No podía entender a esta gente, ni su modo de vida. 
— No encajo en este mundo —masculló.
— Tom…
Se alejó cuando vio que ______ se acercaba a él.
— ______, sabes que es así. Supongamos que rompemos la maldición; ¿de qué me va a servir? ¿Qué se supone que voy a hacer aquí? No puedo leer tu idioma, no sé conducir y no tengo posibilidades de trabajar. Hay demasiadas cosas que no entiendo. Me siento perdido…
Ella se estremeció ante la evidente angustia que Tom intentaba ocultar con todas sus fuerzas. 
— Sólo estás un poco agobiado. Pero lo haremos pasito a pasito. Te enseñaré a conducir y a leer. Y con respecto al trabajo… sé que eres capaz de hacer muchas cosas. 
— ¿Como qué?
— No lo sé. Además de ser un soldado, ¿a qué otra cosa te dedicabas en Macedonia?
— Era un general, ______. Lo único que sé hacer es dirigir a un antiguo ejército en una batalla. Nada más.
______ tomó su cara entre las manos y lo miró con dureza.
— No te atrevas a abandonar ahora. Me has dicho que no tenías miedo a luchar, ¿cómo puedes asustarte por esto?
— No lo sé, pero me asusta.
Algo extraño ocurrió entonces; ______ percibió que Tom le había permitido acercarse. No de forma muy íntima, pero por la expresión de su rostro se daba cuenta de que estaba admitiendo su vulnerabilidad ante ella. Y, en el fondo, sabía que no era el tipo de hombre que admite fácilmente ese hecho. 
— Yo te ayudaré.
La duda que reflejaban los ojos cafeces hizo que se le revolviera el estómago.
— ¿Por qué?
— Porque somos amigos —le respondió con ternura, mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar—. ¿No fue eso lo que le dijiste a Cupido?
— Ya escuchaste su respuesta. No tengo amigos.
— Ahora sí.
Él se inclinó y la besó en la frente, atrayéndola hacia su cuerpo para darle un fuerte abrazo. El cálido aroma del sándalo la inundó mientras escuchaba cómo el corazón de Tom latía frenéticamente bajo su mejilla rodeada por sus bíceps tostados por el sol. Fue un gesto tan tierno que a ______ le llegó al alma.
— De acuerdo, ______ —le dijo en voz baja—. Lo intentaremos. Pero prométeme que no dejarás que te haga daño.
Ella lo miró ceñuda.
— Estoy hablando en serio. Una vez que me pongas los grilletes, no me sueltes bajo ninguna circunstancia. Júralo.
— Pero…
— ¡Júralo! —insistió él con brusquedad.
— Muy bien. Si no puedes controlarte, no te liberaré. Pero yo también quiero que me prometas una cosa.
Él se apartó un poco y la miró con escepticismo. No obstante, siguió abrazándola.
— ¿Qué?
______ apoyó las manos sobre sus fuertes bíceps y sintió cómo la piel de Tom se erizaba bajo su contacto. Él bajó la mirada hacia sus manos, con una de las expresiones más tiernas que ella había visto nunca. 
— Prométeme que no vas a desistir —le dijo—, que vas a intentar acabar con la maldición.
La miró con una sonrisa extraña.
— Está bien. Lo intentaré.
— Y lo lograrás.
Tom sonrió al escuchar su comentario.
— Tienes el optimismo de una niña.
______ le devolvió la sonrisa.
— Como Peter Pan.
— ¿Peter qué?
Ella se alejó de sus brazos de mala gana. Tomándolo de la mano, lo llevó hasta la puerta del dormitorio.
— Acompáñame, esclavo macedonio mío, y te contaré quiénes son Peter Pan y los Niños Perdidos.


— Entonces, ¿ese chico nunca se hizo mayor? —preguntó Tom mientras preparaban la cena.
______ estaba muy sorprendida, ya que él no se había quejado cuando le pidió que se encargara de la ensalada. Parecía bastante acostumbrado a usar cuchillos para cortar comida.
Sin muchas ganas de investigar aquella pequeña peculiaridad, se concentró en la salsa para los tallarines.
— No. Regresó a la isla con Campanilla.
— Interesante. 
______ metió una cuchara en la salsa y, poniendo una mano debajo para que no goteara, se la acercó a Tom para que la probase, después de haberla enfriado. 
— Dime qué te parece.
Él se inclinó, abrió la boca y dejó que ______ le diera a probar la salsa.
Ella observó cómo la saboreaba.
— Está deliciosa.
— ¿Demasiada sal quizás?
— No, está perfecta.
Ella sonrió alegremente.
— Ten —le dijo él, ofreciéndole un trozo de queso.
______ abrió la boca, pero él no se lo dio; aprovechándose de las circunstancias, se adueñó de sus labios para besarla a conciencia.
¡Cielo santo! Una lengua con tal capacidad de movimiento debería ser inmortalizada con un monumento, o encontrar el modo de conservarla para la posteridad. Semejante tesoro no podía desaparecer. Y esos labios…
Mmm, ______ no quería pararse a pensar en esos deliciosos labios y en lo que eran capaces de hacer.

CAPITULO # 38 (FIN DEL MARATOM)


Tom la sujetó por la cintura apretándola contra sus caderas, justo sobre el lugar donde su miembro se tensaba bajo los vaqueros. ¡Por amor de Dios!, este hombre estaba maravillosamente dotado y ______ comenzó a temblar ante la idea de que desplegara todos sus encantos sexuales para ella. 
¿Sería capaz de sobrevivir a algo así?
Sentía cómo Tom se tensaba y cómo su respiración comenzaba a alterarse. Estaba dejándose arrastrar por la pasión, y ______ empezaba a temer que, si no lo detenía en ese momento, ninguno de los dos iba a ser capaz de parar después.
Aunque no le apetecía nada separarse de él, dio un paso atrás, deshaciendo el tórrido abrazo.
— Tom, compórtate.
Jadeando, observó la lucha que sostenía consigo mismo mientras la devoraba con los ojos.
— Sería mucho más sencillo comportarse si no fueses tan jodidamente deseable. 
El comentario fue tan inesperado que ella se rió con ganas.
— Lo siento —le dijo, captando el gesto irritado de Tom—. Al contrario de lo que te ocurre a ti, yo no estoy acostumbrada a que me digan cosas como ésa. El mayor cumplido que me han hecho nunca, fue el de un chico llamado Rick Glysdale. El día de la graduación, vino a recogerme a casa, me miró de arriba abajo y dijo: « ¡Joder!, te has arreglado más de lo que esperaba».
Tom resopló.
— Me preocupan los hombres de esta época, ______. Todos parecen ser unos completos imbéciles.
Riéndose de nuevo, ella le dio un ligero beso en la mejilla y se acercó a la olla para sacar la pasta del agua antes de que se pasara. 
Mientras echaba los tallarines en el escurridor, se acordó del pan.
— ¿Puedes echarle un vistazo a las baguettes?
Tom se acercó al horno y se inclinó, ofreciéndole a ______ una suculenta visión de su parte trasera. Ella se mordió el labio inferior, mientras se esforzaba por no acercarse y pasar la mano por ese firme y prieto trasero. 
— Están a punto de quemarse. 
— ¡Ay, mierda! ¿Puedes sacarlas? —le preguntó, intentando no derramar el agua que estaba hirviendo.
— Claro —Tom cogió el trapo de la encimera, y comenzó a sacar el pan. De repente, soltó un juramento que llamó la atención de ______.
Ella se giró y vio que el trapo estaba ardiendo.
— ¡Allí! —exclamó, quitándose de en medio—. Échalo al fregadero.
Él lo hizo, pero al pasar por su lado, le rozó la mano con el trapo y ______ siseó de dolor.
— ¿Te he quemado? —le preguntó.
— Un poco.
Tom hizo una mueca al cogerle la mano para examinarle la quemadura.
— Lo siento —le dijo, un momento antes de llevarse el dedo de ______ a la boca.
Atónita, no fue capaz de moverse mientras Tom pasaba la lengua por la sensibilizada piel de su dedo. A pesar de la quemazón de la herida, la sensación era muy agradable. Muy, muy agradable.
— Eso no le viene bien a la quemadura —susurró.






HOLA"!! COMO ESTAN?? ESPERO QUE BIEN! BUENO AQUI ESTAN LOS CAPITULOS, ESPERO Y LES ESTE GUSTANDO LA HISTORIA! SIN MAS QUE DECIR ME DESPIDO, QUE ESTEN BIEN ... ADIOS :))

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