jueves, 10 de abril de 2014

Capitulos del Maratom

CAPITULO # 47
No podía imaginar cómo habría sido crecer del modo que él lo hizo.
— Pero tenías a Jasón —le susurró, preguntándose si habría sido suficiente para él.
— Sí. Tras la muerte de mi padre, cuando yo tenía catorce años, Jasón fue lo bastante amable como para dejarme ir a su casa cuando nos daban permiso. Fue en una de esas visitas cuando vi por primera vez a Penélope.
______ sintió una pequeña punzada de celos al escuchar el nombre de su esposa.
— Era tan hermosa… —murmuró él— y estaba prometida a Jasón.
______ se quedó paralizada ante sus palabras.
¡Oh! La cosa no iba bien.
— Peor aún —le dijo acariciándole el brazo con suavidad—, estaba enamorada de él. Cada vez que íbamos de permiso, se arrojaba en brazos de Jasón para besarlo. Le decía lo mucho que significaba para ella. Cuando nos marchábamos, le pedía en voz baja que tuviese cuidado, y le dejaba comida para que la encontrase.
Tom se detuvo mientras recordaba la imagen de Jasón cuando volvía a los barracones con los regalos de Penélope.
«Algún día te casarás, Tom» decía su amigo mientras hacía gala de los obsequios «pero jamás tendrás una esposa como la mía para calentarte la cama.»
Aunque su amigo no lo dijese, Tom conocía el motivo de que hablara así. Ningún padre responsable entregaría a su hija en matrimonio a un hombre desheredado, sin familia que lo reconociese. 
Cada vez que su amigo pronunciaba esas palabras, su alma se hacía pedazos. Había ocasiones en las que sospechaba que Jasón echaba sal en sus heridas debido a los celos. Penélope lo miraba más de la cuenta cuando pensaba que su prometido no lo notaba. Puede que él tuviese su corazón, pero al igual que el resto de las mujeres, ella se lo comía con los ojos cada vez que estaba cerca.
Por ese motivo Jasón dejó de invitarlo a su casa. Y que le prohibieran regresar al único hogar que había conocido, acabó por destrozarlo.
— Debería haber dejado que se casaran —siguió Tom, mientras pasaba el brazo por la cabeza de ______ y enterraba el rostro en su cuello para inhalar el dulce aroma de su piel—. Entonces lo sabía, pero no podía soportarlo. Año tras año, vería cómo ella lo amaba. Vería cómo su familia lo adoraba, mientras yo no tenía un hogar donde acudir. 
— ¿Por qué? —preguntó ______—. Has dicho que tenías hermanos, ¿no te habrían dejado quedarte con ellos?
Él negó con la cabeza.
— Los hijos de mi padre me odiaban a muerte. Su madre me habría permitido quedarme con ellos, pero me negaba a pagar el precio que pedía a cambio. No tenía nada en aquellos días, excepto mi dignidad.
— Ahora también la tienes —murmuró ella, abrazándolo con más fuerza por la cintura—. He sido testigo de ella.
Soltándola, dejó pasar sus palabras y tensó la mandíbula.
— ¿Qué le ocurrió a Jasón? —siguió ______. Quería que siguiera hablando mientras estuviese de humor—. ¿Murió en combate?
Él soltó una amarga carcajada.
— No. Cuando fuimos lo suficientemente mayores para unirnos al ejército, lo mantuve a salvo en el campo de batalla. Había prometido a Penélope y a su familia que no permitiría que le ocurriese nada.
______ sintió el corazón de Tom latiendo con rapidez bajo sus brazos.
— Según pasaban los años, pronunciaban mi nombre con temor y respeto. Mis victorias se convertían en leyenda, y se contaban una y otra vez. Cuando regresaba a Thimaria, acababa durmiendo en la calle, o en la cama de cualquier mujer que me abriese la puerta para pasar la noche. De ese modo pasaba el tiempo hasta que regresaba a la batalla.
A ______ le escocían los ojos por las lágrimas; la voz de Tom estaba cargada de dolor. ¿Cómo podían haberlo tratado así?
— ¿Qué pasó para que cambiaran las cosas? —le preguntó.
Él suspiró.
— Una noche, mientras buscaba un lugar para dormir, me tropecé con ellos dos en la calle. Estaban abrazándose como dos enamorados. Me disculpé rápidamente pero, al alejarme, escuché a Jasón hablando con Penélope.
Todo su cuerpo se puso rígido entre los brazos de ______ y el corazón comenzó a latirle con más rapidez.
— ¿Qué dijo? —le urgió ______.
Los ojos de Tom adoptaron una mirada sombría.
— Ella le preguntó que por qué nunca me quedaba en casa de mis hermanos. Jasón se rió y le contestó: «Nadie quiere a Tom. Es el hijo de Afrodita, la Diosa del Amor, y ni siquiera ella soporta estar cerca de él. »
______ fue incapaz de respirar mientras escuchaba las crueles palabras. Se imaginó cómo debió sentirse Tom al oírlas.
Él tomó aire con brusquedad.
— Le había guardado las espaldas más veces de las que podía recordar. Me habían herido en batalla en incontables ocasiones por protegerlo, incluyendo una vez en la que una lanza me atravesó el costado. Y allí estaba él, burlándose de mí. No pude soportar la injusticia. Había creído que éramos hermanos. Y supongo que, al final, lo fuimos, ya que me trató del mismo modo que el resto de mi familia. Yo siempre había sido un hijastro bastardo. Solo y repudiado. No entendía por qué él tenía tantas personas que lo querían y yo no tenía a nadie. 
» Herido y enfadado por sus palabras, hice lo que jamás debería haber hecho: invocar a Eros.
______ podía imaginarse fácilmente lo que había ocurrido.
— Hizo que Penélope se enamorara de ti.
Él asintió.
— Disparó a Jasón con una flecha de plomo que mató su amor por Penélope, y a ella le disparó con una de oro para que se enamorara de mí. Se suponía que todo debía acabar ahí pero…
Meciéndolo con suavidad entre sus brazos, ______ aguardó a que encontrase las palabras exactas.
— Tardé dos años en convencer a su padre para que le permitiera casarse con un bastardo desheredado, sin influencias familiares. Para entonces, mi leyenda había aumentado y había sido ascendido. Finalmente logré acumular riquezas suficientes para hacer que Penélope viviese como una reina. Y, en lo que se refería a ella, no reparé en gastos. Teníamos jardines, esclavos y todo lo que se le antojaba. Le di libertad e independencia, como jamás tuvo ninguna otra mujer de la época. 
— ¿Pero no era suficiente?
Él negó con la cabeza.
— Yo necesitaba algo más y sabía que le ocurría algo. Aun antes de que Eros interviniese, siempre fue excesivamente vehemente. Dependía de Jasón de un modo prohibido para las espartanas y, en una ocasión en que fue herido, se afeitó totalmente la cabeza como muestra de su dolor. 
» Más tarde, una vez Eros disparó sus flechas, Penélope pasaba por largos periodos de depresión, o de furia. Yo hacía todo lo que podía por ella, e intentaba que fuese feliz.
______ le acarició el pelo mientras lo escuchaba.
— Decía que me quería, pero yo percibía que no se interesaba por mí del mismo modo que lo había hecho por Jasón. Me entregaba su cuerpo de forma generosa, pero no había verdadera pasión en sus caricias. Lo supe desde la primera vez que la besé.
» Intenté engañarme a mí mismo, diciéndome que no importaba. Muy pocos hombres, en aquel entonces, hallaban el amor en el matrimonio. Además, me ausentaba durante meses, a veces, incluso años, mientras dirigía mi ejército. Pero al final, supongo que me parezco demasiado a mi madre, porque siempre anhelé más. 
______ sufría enormemente por él.
— Y entonces llegó el día en que Eros también me traicionó.
— ¿Te traicionó?, ¿cómo? —preguntó ansiosa, sabiendo que ése era el origen de la maldición. 
— Él y Príapo estuvieron bebiendo la noche posterior a que yo matara a Livio. Eros, borracho, le contó lo que había hecho por mí. Tan pronto como Príapo escuchó la historia, supo cómo vengarse.
» Fue al Inframundo y cogió agua de la Laguna de la Memoria para ofrecérsela a Jasón. Y en cuanto tocó sus labios, recordó su amor por Penélope. Príapo le contó lo que yo había hecho y le entregó más agua para que se la diera a beber a ella.
Tom sentía cómo sus labios articulaban las palabras, pero perdió el control de la narración. En lugar de intentar pensar en lo que iba a contar, cerró los ojos y revivió aquél aciago día.
Acababa de entrar en la casa procedente de los establos, cuando vio a Penélope y a Jasón en el atrio. Besándose.
Atónito, se detuvo a mitad de camino, mientras una oleada de nerviosismo se apoderaba de él al comprobar la pasión de aquel abrazo. 
Hasta que Jasón alzó la mirada y lo vio en la puerta.
En el instante en que sus ojos se encontraron, Jasón curvó los labios.
— ¡Ladrón despreciable! Príapo me contó tu traición. ¿Cómo pudiste?
Con el rostro desfigurado por el odio, Penélope se abalanzó sobre Tom y lo abofeteó.
— Asqueroso bastardo, te mataría por lo que has hecho.
— Yo lo mataré —gritó Jasón mientras desenvainaba su espada.
Tom intentó apartar a Penélope, pero ella se negó.
— ¡Por todos los dioses! He dado a luz a tus hijos —dijo mientras intentaba arañarle la cara.
Tom la sostuvo por las muñecas.
— Penélope, yo…
— ¡No me toques! —le gritó zafándose de sus manos—. Me das asco. ¿Crees que una mujer decente iba a quererte a la luz del día? Eres despreciable. Repulsivo.
Se apartó de él y se acercó a Jasón.
— Córtale la cabeza. Quiero bañarme en su sangre hasta borrar el rastro de su olor en mi piel. 
Jasón blandió la espada.
Tom dio un salto hacia atrás, poniéndose fuera del alcance del arma.
De forma instintiva, buscó su propia espada, pero se detuvo. Lo último que deseaba era derramar la sangre de Jasón.
— No quiero luchar contigo.
— ¿Que no? ¡Violaste a mi mujer y le hiciste llevar tu simiente, cuando deberían haber sido mis hijos a los que diese a luz! Te recibí en mi hogar con los brazos abiertos. Te di una cama cuando nadie te quería cerca, ¿y así me pagas?
Tom lo miró con incredulidad.
— ¿Te pago? ¿Tienes la más mínima idea de las ocasiones en las que te he salvado la vida durante las batallas? ¿De cuantas palizas me han dado en tu lugar? ¿Puedes siquiera contarlas? Y te atreviste a burlarte de mí.
Jasón se rió cruelmente.
— Todos, excepto Kyrian, se burlaban de ti, idiota. De hecho, era el único que te defendía, con tanto empeño que a veces me hacía plantearme qué haríais juntos cuando estabais a solas.
Suprimiendo la ira que le habría dejado totalmente expuesto y vulnerable al ataque de Jasón, se agachó para esquivar la siguiente estocada. 
— Déjalo, Jasón. No me obligues a hacer algo de lo que los dos nos arrepentiríamos más tarde.
— De lo único que me arrepiento es de haber dado cabida a un ladrón en mi casa —bramó Jasón con ira, alzando la espada de nuevo.
Tom intentó agacharse, pero Penélope se acercó hasta él por detrás y le propinó un empujón.
La espada de Jasón le dio en las costillas. Siseando de dolor, Tom sacó su propia espada y la blandió de tal modo que habría dejado a su amigo sin cabeza si le hubiese alcanzado.
Jasón intentó alcanzarlo, pero Tom se limitó a defenderse mientras intentaba alejar a Penélope del alcance de las espadas.
— No lo hagas, Jasón. Sabes que tu habilidad con la espada es inferior a la mía.
Su amigo intensificó el ataque.
— No voy a dejar que sigas con ella, de ningún modo. 
Los siguientes segundos se sucedieron con inusual rapidez, pero aún así, Tom veía pasar la imagen por su cabeza con diáfana nitidez.
Penélope lo agarró del brazo libre al mismo tiempo que Jasón atacaba. La espada no hirió a Tom de milagro tras el empujón que le dio su esposa. Totalmente desequilibrado, intentó liberarse de Penélope, pero con ella en medio, lo que consiguió fue tropezarse hacia delante, a la vez que Jasón avanzaba hacia ellos.
En el instante en que chocaron, sintió cómo su espada se hundía en el cuerpo de su amigo. 
— ¡No! —gritó Tom, extrayendo la hoja del vientre de Jasón mientras Penélope dejaba escapar un atormentado chillido de angustia.
Lentamente, Jasón cayó al suelo.
Arrodillándose, Tom arrojó su espada a un lado y cogió a su amigo. 
— ¡Dioses del Olimpo!, ¿qué habéis hecho?
Escupiendo sangre y tosiendo, Jasón le lanzó una mirada acusadora.
— Yo no hice nada. Fuiste tú el que me traicionó. Éramos hermanos y me robaste el corazón.
Jasón tragó dolorosamente mientras sus pálidos ojos atravesaban a Tom.
— Jamás tuviste nada que no robaras antes.
Tom comenzó a temblar, consumido por la culpa y la agonía. Jamás había tenido intención de que sucediera algo así. Nunca había querido que alguien saliese herido, y menos aún Jasón. Lo único que deseaba era alguien que le amara. Sólo quería un hogar donde fuese bienvenido.

CAPITULO # 48

Pero Jasón tenía razón. Él era el único culpable. De todo.
Los chillidos de Penélope resonaban en sus oídos. Lo agarró del pelo y comenzó a tirar con todas sus fuerzas. Con una mirada salvaje, sacó la daga que Tom llevaba en el cinturón.
— ¡Te quiero muerto! ¡Muerto!
Le hundió la daga en el brazo, y volvió a sacarla para atacar de nuevo. Él la agarró a tiempo.
Con un fuerte tirón, se deshizo de él y se apartó.
— No —le dijo con una mirada desencajada—. Quiero que sufras. Me quitaste lo que más quería. Ahora yo haré lo mismo contigo —y salió corriendo.
Abrumado por el dolor y la furia, Tom no pudo moverse mientras veía como la vida abandonaba el cuerpo de su amigo.
Entonces, las palabras de su esposa se filtraron entre la neblina que confundía su mente.
— ¡No! —rugió mientras se ponía en pie—. ¡No lo hagas!
Llegó a la puerta de los aposentos de Penélope a tiempo para escuchar los gritos de los niños. Con el corazón en un puño, intentó abrirla pero ella la había atrancado desde dentro.
Cuando logró abrirla, era demasiado tarde.
Demasiado tarde…
Tom se llevó las manos a la cara, presionándose con fuerza los ojos, mientras el horror de lo sucedido aquel día lo inundaba de nuevo; pero ahora sentía las caricias de ______ en la espalda, y se sentía reconfortado.
Jamás sería capaz de olvidar la imagen de sus hijos, el miedo en el corazón. La agonía más absoluta.
Lo único que había amado en el mundo eran sus hijos.
Y sólo ellos lo habían amado.
¿Por qué? ¿Por qué tuvieron que sufrir a causa de sus errores? ¿Por qué tuvo Príapo que torturarlo haciendo que ellos sufrieran?
¿Y cómo pudo permitir Afrodita que todo aquello sucediese? Una cosa era que no le hiciese caso a él, pero dejar que sus hijos murieran…
Por eso fue aquel día a su templo. Había planeado matar a Príapo. Arrancarle la cabeza de los hombros y clavarla en una lanza.
— ¿Qué ocurrió? —le preguntó ______, devolviéndolo al presente.
— Cuando entré en la habitación era demasiado tarde —dijo con la garganta casi cerrada por el dolor—. Nuestros hijos estaban muertos; su propia madre los había asesinado. Penélope se había abierto las muñecas y yacía junto a ellos. Llamé a un médico para que intentara detener la hemorragia —entonces hizo una pausa—. Mientras exhalaba su último aliento, me escupió a la cara.
______ cerró los ojos, consumida por el dolor de Tom. Era peor de lo que había imaginado.
¡Santo Dios! ¿Cómo había sobrevivido?
Había escuchado numerosos relatos de tragedias a lo largo de su vida, pero ninguno podía compararse con lo que Tom había sufrido. Y lo pasó él solo, sin nadie que lo ayudara. Sin nadie que lo amara.
— Lo siento tanto —susurró ella acariciándole el pecho para consolarlo. 
— Aún no puedo creer que estén muertos —murmuró él con la voz rota de dolor—. Me preguntaste qué hacía mientras estaba en el libro. Recordar las caras de mis hijos; de mi hijo y de mi hija. Recordar sus bracitos alrededor de mi cuello. Recordar cómo salían corriendo a mi encuentro cada vez que regresaba a casa, después de una campaña. Y revivir cada uno de los momentos de ese día, deseando haber hecho algo para salvarlos.
______ parpadeó para alejar las lágrimas. No era de extrañar que jamás hubiese hablado a nadie de eso.
Tom tomó una profunda bocanada de aire.
— Los dioses ni siquiera me conceden caer en la locura para poder escapar a mis recuerdos. No se me permite semejante alivio.
Después de esas palabras, no volvió a hablar. Se limitó a quedarse inmóvil entre los brazos de ______.
Sorprendida por su fortaleza, estuvo sentada tras él durante horas, abrazándolo. No sabía qué más podía hacer.
Por primera vez en años, sus habilidades de psicóloga le fallaron por completo. 

Cuando se despertó, la luz del sol entraba a raudales por las ventanas. Tardó todo un minuto en recordar lo acontecido la noche anterior.
Se sentó en la cama e intentó tocar a Tom, pero estaba sola.
— ¿Tom? —lo llamó.
Nadie contestó.
Echando a un lado el edredón, se levantó y se vistió deprisa.
— ¿Tom —volvió a llamarlo, mientras bajaba las escaleras.
Nada. Ni un sonido, aparte de los latidos frenéticos de su corazón.
El pánico comenzó a abrirse paso en su cabeza. ¿Le habría sucedido algo?
Entró corriendo en la sala de estar; el libro estaba sobre la mesita de café. Pasando las páginas con rapidez, vio que la hoja donde había estado el dibujo de Tom seguía en blanco. Aliviada por el hecho de que no hubiese regresado al libro, continuó registrando la casa.
¿Dónde estaba?

CAPITULO # 49

¿Dónde estaba?
Fue a la cocina y notó que la puerta trasera estaba entreabierta. Frunció el ceño, extrañada, y la abrió del todo para salir al porche. 
Echó una ojeada al patio hasta que vio a los niños de los vecinos sentados en el césped, justo al lado de los setos que separaban ambas casas. Pero lo que más le extrañó fue observar a Tom sentado con ellos, enseñándoles un juego con piedras y palitos. 
Los dos niños y una de las niñas estaban sentados a su lado, escuchando atentamente, mientras su hermana pequeña —de tan sólo dos años— gateaba entre ellos. 
______ sonrió ante la apacible estampa. La calidez la invadió de repente, y se preguntó si Tom se habría visto así con sus propios hijos. 
Abandonó el porche y caminó hacia ellos. Bobby era el mayor de los niños, con nueve años; después venía Tommy, con ocho y Katie que acababa de cumplir seis. Sus padres se habían mudado al vecindario hacía ya diez años, recién casados y, aunque tenían una buena relación, jamás habían pasado de ser más que amigables vecinos. 
— Entonces, ¿qué ocurrió? —preguntó Bobby, cuando llegó el turno de Tom. 
— Bueno, el ejército estaba atrapado —continuó Tom, moviendo una de las piedras con un palo—, traicionado por uno de los suyos: un joven hoplita que había vendido a sus compañeros porque quería convertirse en centurión romano. 
— Eran los mejores —le interrumpió Bobby.
Tom hizo una mueca burlona.
— No eran nada comparados con los espartanos.
— ¡Arriba Esparta! —gritó Tommy—. Así anima nuestra mascota del colegio. 
Bobby le dio un empujón a su hermano, y lo golpeó en la cabeza.
— Estás interrumpiendo la historia.
— No debes golpear a tu hermano jamás —le dio Tom con brusquedad pero, aún así, con cierta ternura—. Se supone que los hermanos deben protegerse, no hacerse daño. 
La ironía de sus palabras le encogió el corazón. Era una pena que nadie hubiese enseñado a sus hermanos esa lección.
— Lo siento —se disculpó Bobby—. ¿Qué pasó después?
Antes de que Tom pudiese contestarle, el bebé se cayó y desparramó los palitos y las piedras. Los chicos comenzaron a gritarle, pero Tom los tranquilizó mientras levantaba a Allison y la ponía de nuevo en pie. 
Acarició levemente la nariz de la pequeña y la hizo reír. Después regresó al juego.
Mientras le llegaba el turno a Bobby para mover la piedra, Tom retomó la historia donde la había dejado.
— El general macedonio observó las colinas que lo rodeaban; estaban encerrados. Los romanos los habían acorralado. No había modo de flanquearlos, ni de retroceder. 
— ¿Se rindieron? —preguntó Bobby.
— Nunca —contestó Tom con convicción—. La muerte antes que el deshonor.
Hizo una pausa mientras las palabras reverberaban en su cabeza. Era la inscripción que adornaba su escudo. Como general, había vivido honrando ese lema.
Como esclavo, hacía mucho que lo había olvidado.
Los chicos se acercaron un poco más.
— ¿Murieron? —preguntó Katie.
— Algunos sí —respondió Tom, intentando alejar los recuerdos que afluían a su mente. Recuerdos de un hombre que, una vez, fue el dueño de su propio destino—. Pero no antes de hacer huir a los romanos.
— ¿Cómo? —preguntaron los niños, ansiosos.
Esta vez, Tom cogió al bebé antes de que volviese a interrumpirlos.
— A ver —comenzó Tom mientras le daba a Allison su pelota roja. La niña se sentó sobre la rodilla que tenía doblada, y él la sujetó pasándole una mano por la cintura—. Mientras cabalgaban hacia ellos, el general macedonio sorprendió a los romanos, que esperaban que él reuniese a sus hombres en posición de falange, lo cual les hubiese convertido en una presa fácil para los arqueros y la caballería. En lugar de hacer lo previsible, el general ordenó a sus hombres que se dispersaran y apuntaran con las lanzas a los caballos, para romper las líneas de la caballería romana.
— ¿Y funcionó? —preguntó Tommy. 
Incluso ______ estaba interesada en la historia. Tom asintió.
— Los romanos no se esperaban ese movimiento táctico en un ejército entrenado. Completamente desprevenidas, las tropas romanas se dispersaron.
— ¿Y el general macedonio? 
— Soltó un poderoso grito de guerra mientras cabalgaba en su caballo Mania, atravesando el campo hasta llegar a la colina donde los generales romanos se estaban replegando. Ellos se dieron la vuelta para enfrentarlo, pero no fue muy inteligente por su parte. Con la furia que sentía en el corazón, debida a la traición que había sufrido, cargó sobre ellos y sólo dejó a un superviviente. 
— ¿Por qué? —preguntó Bobby.
— Quería que entregase un mensaje.
— ¿Cuál? —inquirió Tommy.
Tom sonrió ante las ávidas preguntas.
— El general hizo jirones el estandarte romano y después usó un trozo para ayudar al romano a vendarse las heridas. Con una sonrisa letal, miró fijamente al hombre y le dijo: «Roma delenda est», Roma está destruida. Y, entonces, envió al general romano de vuelta a su casa, encadenado, para que entregara el mensaje al Senado Romano.
— ¡Guau! —exclamó Bobby, impresionado—. Ojalá fueses mi profesor de historia en el colegio. Así aprobaría la asignatura seguro.
Tom alborotó el cabello negro del niño.
— Si te hace sentir mejor, a mí no me interesaba nada el tema a tu edad. Lo único que quería era hacer travesuras.
— ¡Hola, señorita ______! —la saludó Tommy cuando por fin se dio cuenta de su presencia—. ¿Ha escuchado la historia del señor Tom? Dice que los romanos eran tipos malos.
Tom miró a ______, que estaba a unos metros de distancia, y ella le sonrió.
— Estoy segura de que él lo sabe.
— ¿Puede arreglar mi muñeca? —le pidió Katie, ofreciéndosela.
Tom soltó a Allison y cogió la muñeca. Le puso el brazo en su sitio y se la devolvió.
— Gracias —le dijo Katie mientras se arrojaba a su cuello y le daba un fuerte abrazo. 
El anhelo que reflejó el rostro de Tom hizo que a ______ le diera un pinchazo el corazón. Sabía que en ese momento, él estaba viendo la cara de su propia hija al mirar a Katie.
— De nada, pequeña —le contestó con voz ronca, alejándose de ella.
— ¿Katie, Tommy, Bobby? ¿Qué estáis haciendo ahí?
______ alzó la mirada mientras Emily rodeaba la casa.
— No estaréis molestando a la señorita ______, ¿verdad?
— No, para nada —le respondió ______. Emily no pareció escucharla porque siguió regañando a los niños.
— ¿Y qué está haciendo Allison aquí? Se suponía que debía estar en el patio trasero. 
— ¡Oye mamá! —gritó Bobby acercándose a ella a la carrera—. ¿Sabes jugar a Parcelon? El señor Tom nos ha enseñado. 
______ se rió a carcajadas mientras los cinco regresaban al jardín delantero, con Bobby hablando sin parar. Tom tenía los ojos cerrados y parecía estar saboreando el sonido de las voces infantiles.
— Eres todo un cuenta cuentos —le dijo ______ cuando se le acercó.
— No creas.
— En serio —le contestó ella con énfasis—. ¿Sabes? Me has hecho pensar. Bobby tiene razón, serías un maestro estupendo.
Tom le sonrió satisfecho.
— De general a maestro. ¿Por qué no cambiarme el nombre al de Catón el Viejo e insultarme mientras estás en clase?
Ella se rió.
— No estás tan ofendido como quieres hacerme creer.
— ¿Y cómo lo sabes?
— Por la expresión de tu rostro, y por la luz que hay en tus ojos —le cogió el brazo y lo llevó de vuelta al porche—. Deberías pensar seriamente en esa posibilidad. Selena consiguió su licenciatura en Tulane y conoce a mucha gente allí. ¿Quién mejor para enseñar Historia Antigua que alguien que la conoció de primera mano?
No le contestó. En lugar de eso, ______ notó cómo movía los pies, descalzos, sobre la tierra. 
— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
— Disfrutando de la sensación de la hierba —respondió él con un susurro—. Las hojas me hacen coquillas en los dedos.
Ella sonrió ante lo infantil de su actitud.
— ¿Para eso saliste?
Él asintió.
— Me encanta sentir el sol en la cara.
______ sabía, en el fondo de su corazón, que había podido disfrutarlo en contadas ocasiones.
— Vamos, prepararemos unos cuencos de cereales y comeremos en el porche.
Ella subió en primer lugar los cinco escalones que llevaban hasta el porche, y le dejó sentado en su mecedora de mimbre para encargarse del desayuno. 
Cuando regresó, Tom tenía la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados; su expresión era serena.
Como no quería molestarlo, retrocedió.
— ¿Sabes que todo mi cuerpo percibe tu presencia? Todos mis sentidos son conscientes de tu proximidad —le confesó mientras abría los ojos y la miraba con un deseo abrasador. 
— No lo sabía —dijo ella nerviosa, ofreciéndole el cuenco. Él lo cogió, pero no volvió a hablar del tema. Comenzó a comer en silencio.
Absorbiendo el calor del sol, Tom escuchaba la suave brisa y se recreaba con la presencia cercana y relajante de ______.
Se había despertado al amanecer para contemplar, a través de las ventanas, la salida del sol. Y había pasado una hora disfrutando del contacto del cuerpo de ______. 
Ella lo tentaba de un modo que jamás había experimentado. Por un solo minuto se permitió barajar la posibilidad de permanecer en esta época.
¿Y después qué?
Sólo tenía una «habilidad» que podía serle útil en este mundo moderno, y no era el tipo de hombre que pudiese vivir alegremente de la caridad de una mujer. 
No después de…
Apretó los dientes mientras los recuerdos lo abrasaban.
A los catorce años, había cambiado su virginidad por un cuenco de gachas de avena frías y una taza de leche agria. Incluso ahora, con todo el tiempo que había transcurrido, podía sentir las manos de la mujer tocándole el cuerpo, quitándole la ropa, agarrándose febrilmente a él mientras le enseñaba cómo darle placer.
« ¡Ooooh!» Canturreó la mujer «Eres muy guapo, ¿verdad? Si alguna vez quieres más gachas, sólo tienes que venir a verme cuando mi marido no esté en casa»
Se sintió tan sucio después… tan usado.
Durante los años siguientes, durmió en más ocasiones entre las sombras de los portales que en una cama acogedora, porque no le apetecía volver a pagar ese precio por una comida y un poco de comodidad.
Y si fuese de nuevo libre, no querría…
Cerró los ojos con fuerza. No se veía en este mundo. Era demasiado diferente. Demasiado extraño.

CAPITULO # 50 (FIN DEL MARATOM)


— ¿Ya has acabado?
Alzó los ojos y vio a ______ de pie junto a él, con la mano extendida esperando el cuenco.
— Sí, gracias —le contestó mientras se lo daba.
— Voy a darme una ducha rápida. Volveré en unos minutos.
La contempló mientras se marchaba; sus ojos se demoraron en las piernas desnudas. Todavía podía sentir el sabor de su piel en los labios. Y el dulce aroma de su cuerpo.
______ lo obsesionaba. No se trataba de los efectos de la maldición. Había algo más. Algo que jamás había experimentado antes.
Por primera vez, después de dos mil años, volvía a sentirse como un hombre; y ese sentimiento venía acompañado de un anhelo tan profundo que le partía en dos el corazón.
La deseaba. En cuerpo y alma.
Y quería su amor.
La idea lo asustó.
Pero era cierto. No había vuelto a experimentar ese profundo y doloroso deseo de sentir un tierno abrazo desde que era pequeño. Necesitaba que alguien le dijera que lo amaba, y que lo hiciese de corazón, no por el efecto de un hechizo. 
Echando la cabeza hacia atrás, soltó una maldición. ¿Cuándo iba a aprender?
Había nacido para sufrir. El Oráculo de Delfos se lo había dicho.
«Sufrirás como ningún hombre ha sufrido jamás»
«¿Pero me amará alguien?»
«No en esta vida.»
Y se alejó de allí totalmente hundido por la profecía. Qué poco había imaginado entonces el sufrimiento que le aguardaba. 
«Es el hijo de la Diosa del Amor, y ni siquiera ella soporta estar cerca de él.» 
La verdad hizo que se encogiera de dolor. ______ jamás lo amaría. Nadie lo haría. Su destino no era que lo liberaran de su sufrimiento. Peor aún, su destino tenía una trágica tendencia a derramar la sangre de todos los que se acercaban a él.
El dolor le desgarraba el pecho mientras pensaba en la posibilidad de que algo le sucediese a ______.
No podría permitirlo. Tenía que protegerla a toda costa. Aunque eso significara perder su libertad.
Con esa idea en mente, fue en su busca.
______ se estaba quitando el jabón de los ojos. Al abrirlos, se sobresaltó cuando vio que Tom la observaba a través de la abertura de las cortinas de la ducha.
— ¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó.
— Lo siento.
Él permaneció al lado de la bañera de patas, tamaño extra grande, vestido sólo con los boxers y apoyado sobre la pared, con la misma pose que tenía en el libro: los anchos hombros echados hacia atrás y los brazos relajados a ambos lados del cuerpo. 
______ se humedeció los labios al contemplar los esculturales músculos de su pecho y de su torso. Espontáneamente, su mirada descendió hasta los boxers rojos y amarillos.
Bueno, decir que ningún hombre estaría bien con ellos había sido un error. Porque Tom estaba fenomenal. En realidad, no había palabras que describiesen con exactitud lo buenísimo que estaba con ellos. 
Y aquella sonrisa traviesa, medio burlona, que esgrimía en esos momentos, derretiría el corazón de la más frígida de las mujeres. Ese hombre la ponía muy, muy caliente.
Nerviosa, ______ cayó en la cuenta de que estaba completamente desnuda delante de él.
— ¿Necesitas algo? —le preguntó mientras se cubría los pechos con la manopla.
Para su consternación, él se quitó los boxers y se metió en la bañera con ella.
El cerebro de ______ se convirtió en papilla, abrumada por la poderosa y masculina presencia de Tom. Esa increíble sonrisa llena de hoyuelos curvaba sus labios, y hacía que el corazón se le acelerara y que comenzara a temblar.
— Sólo quería verte —dijo en voz baja y tierna—. ¿Tienes idea de lo que me haces cuando te pasas las manos por los pechos desnudos?
Apreciando el tamaño de su erección, ______ tenía una idea bastante aproximada. 
— Tom…
— ¿Mmm?
Olvidó lo que iba a decir cuando él acercó la cabeza hasta su cuello. Se estremeció por completo al sentir que su lengua le abrasaba la piel.
Gimió por la sobrecarga sensorial que suponían las caricias de las manos de Tom, unidas a la sensación del agua caliente de la ducha. Apenas si fue consciente de que él le quitaba la manopla que aún cubría sus pechos, y se llevaba uno de ellos a la boca.
Siseó de placer al sentir la lengua de Tom girar alrededor del endurecido pezón, rozándolo levemente y haciéndola arder.
La ayudó a sentarse en la bañera y la echó hacia atrás, apoyándola en el respaldo. El contraste de la fría porcelana en la espalda y del cálido cuerpo de Tom por delante, mientras el agua caía sobre ellos, la excitó de un modo que jamás hubiese creído posible.
Nunca antes había apreciado el enorme tamaño de la antigua bañera pero, en ese momento, no la cambiaría por nada del mundo.




HOLA!!! COMO ESTAN ... BUENO PUES ... YO CUANDO LEI ESTA HISTORIA LLORE DOBLE VEZ ... CUANDO TOM CUENTA SU VIDA PASADA Y ... NO LES DIRE DONDE MAS PORQUE LES ADELANTARE ALGO DE LA HISTORIA Y QUIERO QUE LEAN!!! ... ME GUSTA VER AUNQUE SEA 2 COMENTARIOS, PORQUE CREEN QUE EH AGREGADO ESTOS DIAS SEGUIDOS? PORQUE VEO MAS DE 1 COMENTARIO, ESPERO SEGUIR VIENDOLOS ... BUENO ME DESPIDO, SI MAÑANA VEO MAS DE 1 COMENTARIO, LES AGREGO SINO, DEJARE UNA SEMANA SIN AGREGAR ... ADIOS :))

3 comentarios:

  1. ¿en verdad una persona puede llegar a sufrir tanto? al menos creo que la vida pasada de Tom en esta historia me dejo en shock y supero mis expectativas por completo, es tan triste u.u pero bueno algo bueno debe haber en todo esto :)) despues del sufrimiento debe haber algo... y por ahí vi una frase >>no en esta vida<< :33 creo que le entendí a lo que se refería...

    estuvo hermoso el maratom xD en verdad esta historia se han vuelto de mis favoritas, están genial y bueno espero el proximo espero subas pronto

    bueno cuídate
    que estes bien
    ciao ^-^/

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  2. Subeee subeee orfaaa!! Yo recien h podido leer..

    Pobre mi Tom!! H sufrido. El Horaculo lo ha dicho nadie lo amara en esta vida pero la vida q tienn ahora con (tn).. Siiii..

    Subeeee amo la fic xD

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  3. Wowwwwwww me encanta, siguela por favor, llore y todo con la historia de tom y cuando estaba con los vecinitos ayyy me enterneci*-*

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